Palabras del anfitrión al médico y al bulero

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Nuestro anfitrión comenzó a blasfemar como un loco.

—¡Ay! —dijo—. ¡Por los clavos y la sangre de Cristo! ¡Qué juez tan sinvergüenza! ¡Vaya tipo embustero! ¡Que la muerte más infame e inimaginable sobrevenga a estos jueces y secuaces! Por desgracia, esta infeliz murió. Pagó un elevado precio por su belleza. Siempre lo digo: resulta evidente que los dones de la fortuna y la naturaleza son fatales para muchos. De ambos surge con mucha frecuencia más daño que provecho.

»Pero, mi querido señor, fue el suyo un cuento conmovedor. Pero no importa, prosigamos. Le pido a Dios que le salve a usted al igual que sus frascos, medicamentos, jarabes y cajas de remedios; que el Señor y Santa María les bendigan. Debo admitirlo: sois un varón perfecto. Por San Ronón[287] que podríais ser obispo. ¿No es cierto? No puedo emplear palabras eruditas, pero me has conmovido tan profundamente que casi me da un ataque de corazón. ¡Rediez! Dadme un calmante, o un trago de cerveza nueva y fuerte, o apresuraos a contar una historia alegre no sea que mi corazón se me pare a causa de esa chiquilla... Venga, bulero, proseguid. Contadnos algunos chistes, o algo divertido, rápido.

—Se hará como decís —replicó el bulero—. Por San Ronón. Pero antes —dijo— quiero echar un trago y tomar un bocado en esta posada.

Pero la compañía empezó a comentar:

—No nos cuentes nada inmoral. Cuéntanos algo que contenga enseñanza moral y que nos guste escuchar.

—Concedido —replicó el bulero—. Pero tomaré una bebida mientras pienso en algo decente.

Los cuentos de CanterburyWhere stories live. Discover now