Cuento del doctor en medicina

207 5 2
                                    

CUENTO DEL DOCTOR EN MEDICINA[285]

SEGÚN Tito Livio, hubo una vez un caballero de gran honor y distinción, rico en amigos y muy acaudalado. El caballero tuvo de su esposa una única hija. Esta hermosa muchacha sobrepasaba a todas las demás en la perfección de su belleza, pues la Naturaleza la había moldeado con un cuidado especial como para pavonearse diciendo: «Mirad. Así es cómo yo, la Naturaleza, puede dar forma y color a una criatura viviente cuando me lo propongo. ¿Quién puede imitarme? Ni Pigmalión, aunque esculpiese, pintase, forjase y martillease eternamente, y me atrevo a decir que si Apeles y Zeuxis[286] se atreviesen a intentar falsificarme, trabajarían en vano martilleando, forjando, pintando y esculpiendo. Pues nada menos que el Creador fue el que me nombró su Vicario General para dar forma y color a las criaturas terrenas exactamente como me plazca. Todas las cosas, tanto en luna menguante como en luna creciente, están a mi cuidado. No pido nada por mi trabajo, pues mi Maestro y yo estamos totalmente de acuerdo. Yo la hice para el culto de mi Maestro, del mismo modo que hago a mis otras criaturas en la forma y el color que sean».

Esto es lo que me pareció que la Naturaleza me decía.

La muchacha en quien la Naturaleza tanto se complació tenía catorce años de edad, y así como ella pinta al lirio de color blanco y a la rosa la hace roja, del mismo modo pintó las hermosas extremidades de esta bella criatura con estos colores en los lugares adecuados, antes de que ella naciese; y Febo tiñó sus gruesas trenzas del color de sus rayos. Pero si su belleza era perfecta, era ella mil veces más virtuosa y no carecía de ninguna cualidad de las que elogia el discemimiento. Era casta de cuerpo y alma, por lo que su virginidad florecía plenamente en humildad, abstinencia, paciencia, templanza y modestia en el vestir y en el comportamiento. Podía decirse que era tan sabia como Palas; sin embargo, sus respuestas eran siempre circunspectas y su conversación sencilla y femenina, pues no utilizaba circunloquios para parecer culta. Cuando hablaba, jamás se daba importancia; todo lo que decía proclamaba su virtud y buena crianza. Era tímida, con timidez de doncella; su corazón era firme y siempre estaba ocupada para mantenerse apartada del ocio y de la holganza. Baco, el dios de los borrachos, no ejercía ningún dominio sobre su boca, pues el vino y la juventud aumentan la lujuria, como el aceite y la grasa arrojados sobre el fuego.

Movida únicamente por su natural bondad, frecuentemente simulaba estar enferma para evitar hallarse en lugares donde se cometían tonterías, como en fiestas, verbenas y bailes, en donde la ocasión de flirtear es grande. Tales cosas, como sabéis, abren demasiado los ojos de los niños y les torna precoces. Éste ha sido siempre el mayor peligro, pues una muchacha pronto se halla versada en osadías cuando pasa a convertirse en mujer.

No os ofendáis por mis palabras vosotras, damas de mediana edad que tenéis a vuestro cargo a las hijas de personas de calidad; recordad que os las han puesto a vuestro cuidado por una de dos razones: o porque vosotras mismas habéis sabido guardar vuestra propia castidad, o bien porque fuisteis frágiles y caísteis y, por consiguiente, conocéis muy bien el juego y, por ende, habéis abandonado para siempre el mal camino. Por tanto, por Dios, procurad instruirlas, sin cesar, en la virtud. Un ladrón de venados que ha jurado abandonar su vieja profesión resulta mejor guarda jurado que nadie. Guardad, pues, muy bien a vuestras pupilas, pues si queréis, podéis, y procurad no entregaros a ninguna clase de vicio para no resultar condenadas por vuestra malvada connivencia. Prestad mucha atención a lo que voy a decir: de todas las traiciones, la más pestilente y más condenable es la traición a la inocencia.

Vosotros, padres y madres, si tenéis uno o más hijos, recordad que la responsabilidad de su vigilancia es vuestra, mientras están bajo vuestro cuidado. Atended pues, si por culpa de vuestros ejemplos o por vuestra negligencia en corregirles sucumben, me atrevo a asegurar que lo pagaréis muy caro. Muchos carneros y ovejas han sido destrozados por el lobo, por ser su pastor descuidado y perezoso. Pero un ejemplo es más que suficiente por ahora, debo volver a mi relato.

Los cuentos de CanterburyWhere stories live. Discover now