Cuento del erudito II

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No lejos del magnífico palacio en el que el marqués estaba planeando su matrimonio se hallaba una aldea agradablemente situada en la que residían algunos pobres pueblerinos; guardaban su ganado y se ganaban la vida como podían con el sudor de la frente, hasta donde permitía la fertilidad del suelo.

Entre esta gente vivía un hombre que se consideraba más pobre aún que los demás (sin embargo, el Padre Celestial se sabe que mandó su gracia a un humilde pesebre). Los aldeanos le llamaban Janícula[235]. Este hombre tenía una hija de muy buen ver que atendía por Griselda.

Pero si tengo que hablar de la belleza de la bondad, entonces ella era la más hermosa que alumbra el sol. Como había sido criada en la pobreza, jamás un deseo sensual había mancillado su corazón; su bebida provenía con mayor frecuencia del pozo que del barril de vino; como amaba la virtud, estaba más compenetrada con el trabajo pesado que con la dulce holganza.

Sin embargo, a pesar de su juventud, su pecho virgen albergaba una gran firmeza y madurez de espíritu. Cuidaba de su pobre padre, ya entrado en años, con la mayor devoción y cariño. Ella solía hilar junto a su rueca mientras vigilaba cómo sus pocas ovejas pacían en el campo, y solamente holgaba cuando dormía.

Al regresar a casa, a menudo traía raíces y otras hierbas que troceaba y hervía para comer; luego hacía su lecho, un duro camastro, en modo alguno blando; y así mantenía vivo a su padre mostrándole toda la devoción y dedicándole todos los cuidados que todo buen hijo da a su progenitor.

El marqués había observado frecuentemente a esta desheredada criatura cuando había salido a cazar montado en su cabalgadura. Sin embargo, cuando por casualidad veía a Griselda, no era con los luminosos ojos de conquistador que la miraba, sino que, frecuentemente, contemplaba su porte con un semblante serio, apreciando en el fondo de su corazón no solamente su feminidad, sino también su gran bondad, la cual tanto de hecho como por la apariencia sobrepasaba en mucho la de cualquier otra persona tan joven. Aunque la gente corriente no percibe muy bien la virtud, por su parte él pudo estimar sus cualidades en su justa medida. Resolvió para sí que si alguna vez se casaba, la desposaría a ella y sólo a ella.

Llegó el día de la boda, y nadie sabía quién sería la esposa. Muchos se extrañaron de esta excentricidad y decían privadamente entre sí: «¿No habrá terminado nuestro príncipe todavía con sus simplezas? ¿Es que, después de todo, no va a casarse? ¡Ay! La lástima de eso es que ¿por qué nos engaña y se engaña a sí mismo?».

Sin embargo, el marqués había encargado para Griselda unos broches y anillos con gemas montadas en oro y lapislázuli. Incluso había ordenado confeccionar un vestido a la medida de ella, cuya talla se había tomado de una muchacha de su misma envergadura; asimismo había encargado todos los demás accesorios que corresponden a una boda de tal importancia.

La mañana del día de la boda se acercaba, y todo el palacio estaba engalanado, el salón del banquete y los aposentos privados, cada uno en el estilo conveniente, mientras que las cocinas y las despensas estaban llenas a rebosar con las más deliciosas viandas que se pueden encontrar a lo largo y ancho de Italia.

Suntuosamente vestido, acompañado por señores y damas a los que había invitado a la boda, por los jóvenes caballeros de su séquito y precedido por sonoros acordes musicales, el marqués real tomó el camino más corto hacia el pueblo del que he hablado antes. Griselda (el Cielo sabe que estaba muy lejos de pensar que toda aquella pompa fuese por su causa) se había ido al pozo en busca de agua. Regresaba a casa presurosamente, pues había llegado hasta sus oídos que el marqués pensaba casarse aquel día y esperaba poder ver algo de aquel espectáculo. «Me pondré en el portal de nuestra casa con otras chicas amigas mías, y así podré ver a la marquesa —pensó ella—; procuraré terminar el trabajo que tengo en casa lo antes posible, y así me quedará tiempo para verla si es que ella toma este camino para dirigirse al castillo».

Los cuentos de CanterburyWhere stories live. Discover now