Cuento del párroco X

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Sigue la segunda parte de la penitencia.

Ahora, por lo que respecta a la segunda parte de la penitencia —la confesión oral, tal como os declaré en el capítulo primero—, afirmo con San Agustín que: «Cada palabra y obra, y todo deseo humano contrario a la ley de Jesucristo, es pecado». Lo cual se aplica al pecado del deseo, de palabra y de hecho, a través de los cinco sentidos, a saber: vista, oído, olfato, gusto y tacto.

Resulta bueno saber aquello que agrava en gran manera todos estos pecados. Y al calibrar el pecado se ha de tener en cuenta quién es el que peca, si es varón o hembra, joven o viejo, noble o sirviente, liberto o siervo, sano o enfermo, casado o soltero, ordenado o no, prudente o necio, clérigo o seglar, si la mujer con la que se pecó es pariente de sangre o espiritual o no, si alguno de su parentela ha pecado con ella o no, y muchas otras facetas.

También tiene importancia el considerar si se comete adulterio o fornicación, o no; con o sin incesto; con doncella o no; incurriendo o no en homicidio; si los pecados fueron graves o leves cuánto tiempo se ha vivido en pecado.

Otra circunstancia es el lugar de la comisión del pecado: si en casa ajena o propia, en el campo o en la iglesia o en el cementerio, en una iglesia consagrada o no. Pues si la iglesia estaba consagrada y un hombre o mujer derraman su fluido seminal en tal lugar y pecan, o se produce una maligna tentación, la iglesia cae en entredicho hasta que el lugar sea reconciliado por el obispo; y el sacerdote que cometió semejante vileza no podrá celebrar el sacrificio eucarístico por el resto de su vida, y si tal hiciera, cada vez que lo celebrase incurriría en pecado mortal.

La cuarta circunstancia se da cuando los intermediarios o los instigadores incitan al pecado o se es cómplice; muchos desgraciados irán a acompañar al demonio infernal a causa de las malas compañías. Por consiguiente, los que instigan o consienten en el pecado son cómplices del mismo y de la condenación del pecador.

La quinta circunstancia radica en el número de veces que uno ha pecado, incluso si ha sido de pensamiento, y con qué frecuencia se ha caído. Pues el que peca a menudo desprecia la misericordia de Dios, agrava su culpa y se muestra esquivo a Jesucristo; su debilidad para resistir al pecado aumenta y, por tanto, peca con más facilidad; y cuanto más tarde se levanta, tanto más le cuesta confesarse, en especial con su confesor habitual. Por consiguiente, con frecuencia tales personas, al reincidir en sus antiguos desmanes, abandonan por completo a su confesor, o bien reparten sus confesiones entre distintos sacerdotes. Pero, a decir verdad, esa confesión repartida no les merece la misericordia divina por sus pecados.

La sexta circunstancia a considerar es el examen de los móviles y tentaciones que arrastran al pecado; si ella es de origen propio o se debe a instigación de terceras personas; o si el que peca con una mujer, lo hizo con consentimiento de ella o por la fuerza, o si la mujer, a pesar de su cuidado, fue violada o no. Incumbe a ella el decirlo, si fue por codicia o por pobreza, y otros móviles con ellas relacionados.

La séptima circunstancia consiste en la forma en que el hombre cometió pecado o la mujer consintió a que la gente pecase con ella. Al confesarse deberá, pues, el hombre explicar con claridad y todo detalle si pecó con prostitutas corrientes o con otras mujeres; si pecó en días festivos o no, en época de ayuno o no; si antes de confesarse, o después de su última confesión; si con su pecado infringió una penitencia impuesta. También debe precisar quién le proporcionó consejo o ayuda y si hubo hechicería o ardid.

Todas estas circunstancias, bien sean grandes o pequeñas, gravan la conciencia humana. Y también el sacerdote, que es tu juez, puede dictaminarte una penitencia adecuada, con estas luces, a tu grado de contrición. Pues debes saber perfectamente que, después que un hombre ha profanado su bautismo mediante el pecado, sólo le resta el camino del arrepentimiento de la confesión y de la satisfacción. En especial las dos primeras, si se tiene un confesor a mano para que nos absuelva, y la tercera si se dispone de vida suficiente para llevarla a cabo.

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