Cuento de la comadre Bath: Prólogo

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CUENTO DE LA COMADRE DE BATH[200]

Prólogo al cuento de la comadre de Bath[160].

SI no existiera libro alguno que tratase del tema[161], mi experiencia personal me daría perfecto derecho a hablar de las penas del matrimonio; pues, señoras y caballeros, desde mis doce años —¡loado sea Dios sempiterno!— me he casado ya cinco veces por la Iglesia (si se me hubiera permitido casarme con tanta frecuencia). Cada uno de mis maridos fue una persona de categoría dentro de su propia esfera.

Ciertamente, no hace mucho me dijeron que como Jesucristo sólo asistió a una boda una vez, en Caná de Galilea, con tal precedente Él me demostró que yo no debería haber contraído matrimonio más de una vez. Tened también en cuenta las duras palabras que Jesús, Dios y Hombre, pronunció en cierta ocasión junto a un pozo al reprochar a la mujer de Samaria: «Tú has tenido cinco maridos, y aquél con el que ahora vives no es tu marido[162]».

En verdad, ésas fueron sus palabras, pero se me escapa el significado que Él quiso dar a semejante afirmación. Me limito a preguntar lo siguiente: ¿Por qué el quinto hombre no era el marido de la samaritana? ¿Cuántos podía tener ella en matrimonio? En toda mi vida no he oído jamás que se concretase la cantidad. La gente puede suponer e interpretar lo que quiera; todo lo que yo sé con certeza es que Dios nos mandó crecer y multiplicarnos[163]: un texto excelente que entiendo a la perfección. Y sé también muy bien que Él afirmó que mi marido debería dejar padre y madre y tomarme[164]. Pero sin hacer mención alguna de la cantidad, de bigamia o de octogamia; por tanto, ¿por qué la gente debe hablar de ello como si fuese algo malo?

Ved, por ejemplo, a aquel rey tan sabio, Salomón[165]; apuesto a que tuvo más de una mujer. ¡Ojalá Dios permitiese que fuese legal para mí solazarme la mitad de las veces que él! ¡Qué regalo celestial debe de haber otorgado a cada una de sus esposas! Nadie en la actualidad tiene cosa que se le parezca. Por lo que deduzco, Dios sabe que este noble rey tuvo muchas alegres batallas con cada una de ellas en la primera noche, ¡tan lleno de vida estaba! ¡Bendito sea Dios, que ha permitido que me casase cinco veces! Me apoderé de lo mejor que guardaban en el fondo de sus bolsas y en sus cajas fuertes[166]; de la misma forma que el frecuentar distintas escuelas perfecciona al erudito, y diferentes tareas especializan al trabajador, a mí me han entrenado cinco maridos.

¡Bienvenido sea el sexto cuando venga! La verdad es que no deseo permanecer casta eternamente. Tan pronto como mi marido se marcha de este mundo, otro cristiano tendrá que desposarse conmigo, pues, como dice el apóstol, soy libre de hacerlo donde quiera, en nombre de Dios. No afirma que el casarse sea pecado, sino que mejor es casarse que quemarse[167].

¿Qué importa que la gente critique a aquel perverso Lamech[168] y su bigamia? Todo lo que sé es que Abraham —al igual que Jacob— era un hombre santo. Y ambos (como muchos otros santos varones) tuvieron más de dos esposas. ¿Podéis decirme en qué lugar Dios Todopoderoso ha prohibido el matrimonio alguna vez de forma explícita? Tened la amabilidad de responderme. O bien, ¿dónde ha exigido la virginidad? No importa, vosotros sabéis tan bien como yo que cuando el apostol Pablo habló de virginidad, dijo que carecía de precepto para ella[169]. A una mujer se le puede aconsejar que se quede soltera, pero un consejo no equivale a una orden. Lo dejó a nuestro criterio, pues si Dios nos hubiese exigido guardar virginidad, por el hecho de hacerlo hubiera condenado el matrimonio. Y, con toda certeza, si no se sembrase nunca semilla, ¿de dónde vendría la virginidad? De cualquier modo, Pablo no se atrevió a ordenar una cosa sobre la que su Maestro no dio pauta. Hay premio para el que opta por la virginidad: que lo consiga el que pueda; veremos quién es el que mejor corre.

Pero esta llamada no es para todos, se reserva solamente para el que Dios, en su poder, elige concedérsela. Conozco que el apóstol era virgen; y aunque dijo que deseaba que todos los hombres fuesen como él[170], ésa es toda la exhortación que hizo en favor de la virginidad. Y me permitió que me convirtiese en esposa, como concesión especial, de modo que si mi marido moría, no fuera pecado el casarse conmigo, ni tan sólo bigamia. Sin embargo, «no deja de ser laudable para un hombre no tocar carnalmente a una mujer[171]; el santo quería decir en su cama o lecho, pues es arriesgado juntar fuego y lino». Ya entendéis la metáfora. Bueno, a grandes rasgos, él sostuvo que la virginidad era preferible al matrimonio porque la carne es débil (débil la llamo yo, a menos que marido y mujer piensen vivir en continencia toda su vida matrimonial). Os concedo esto: no me cuesta admitir que la virginidad debe preferirse a la bigamia. Complace a algunos mantenerse puros de cuerpo y alma; en mi caso, yo no alardearé de ello. Como sabéis, el dueño del hogar no tiene de oro todos sus utensilios; algunos son de madera y, sin embargo, tienen mucha utilidad. Dios llama a la persona de modo diferente y cada uno percibe de Dios su propio don peculiar (algunos, una cosa; otros, otra, según los designios divinos). En la virginidad radica una gran perfección y también en la devota continencia entre casados; pero Jesucristo, manantial de perfección, no dijo a todos que deberían ir y vender todo lo que tenían y dárselo enteramente a los pobres, y seguir sus pasos[172]. Él habló a los que desean llevar una vida de perfección. Yo, si no os importa, señoras y caballeros, no soy una de ellos. Pienso dedicar los mejores años de mi vida a los actos y compensaciones que proporciona el matrimonio.

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