Cuento del marino

799 8 6
                                    

CUENTO DEL MARINO[302]

EN Saint Denis[303] vivió una vez un comerciante muy rico, al que, dada su riqueza, se le tenía por astuto. Su esposa era de una gran belleza, muy sociable y a la que gustaban sobremanera las reuniones (cosa que origina más gastos de lo que valen todas las cortesías y halagos que prodigan los hombres en fiestas y bailes). Estas frases corteses y estos saludos pasan como sombras chinescas y compadezco al que tiene que pagar por ellos. Siempre es el pobre marido al que le toca rascarse el bolsillo. Para su propio crédito debe adornarnos a nosotras, las mujeres, con los vestidos y joyas que utilizamos[304] en los bailes. Y si resulta que no puede o no quiere correr con el gasto y piensa que es un despilfarro, entonces alguien tiene que pagar el pato o prestarnos dinero, y ahí es donde halla el peligro.

Este excelente comerciante poseía una casa con mucha servidumbre. Os quedaríais maravillados de la cantidad de personas que acudían a ella, gracias a la hospitalidad de su esposa o debido tal vez a su gran belleza. Pero dejad que prosiga el relato. Entre sus diversos invitados —venían de todos los rangos— había un monje, tipo osado y guapetón, de unos treinta años, según creo, que frecuentaba muchísimo la casa. Este apuesto monje se había familiarizado hasta tal punto con el buen hombre que, desde que se conocieron, llegó a gozar en la casa del amigo de la máxima intimidad.

Como que tanto el comerciante como el monje habían nacido en el mismo pueblo, el monje reclamó un parentesco, que el comerciante, a su vez, nunca negó, pues le daba placer a su corazón y le hacía tan feliz como a un pájaro en primavera. Así fue como quedaron unidos por una eterna amistad y se juraron recíprocamente considerarse hermanos de por vida.

Este monje, el hermano Juan, era un derrochador empedernido cuando se alojaba en la casa. Mostraba gran ahínco en ser generoso y resultar agradable, y nunca se olvidaba de dar propina, aunque fuese al paje de menos categoría en el lugar. Siempre que iba, daba a su anfitrión y a cada uno de los criados un regalo adecuado a su posición en la casa. Con lo que los criados estaban tan contentos de su llegada como los pájaros del amanecer. Y de esto ya basta, por el momento.

Sucedió que un día el comerciante dispuso lo necesario para marcharse a la ciudad de Brujas a comprar mercancías, por lo que envió al hermano Juan un mensajero a Paris invitándole a pasar unos días en Saint Denis con él y con su esposa, antes de partir hacia Brujas, como había previsto.

Este excelente monje del que hablo gozaba de la confianza de sus superiores y poseía influencia, por lo que había obtenido permiso del abad para salir a inspeccionar graneros y granjas distantes siempre que quería. Pronto, pues, llegó a Saint Denis. ¿Quién mejor recibido que nuestro hermano Juan, nuestro queridísimo y fino primo? Como de costumbre, trajo consigo un barril de malvasía[305] y otro de dulce vino italiano y, además, una pieza de caza. Voy a dejar ahora al comerciante y al monje comiendo, bebiendo y divirtiéndose de lo lindo durante un día o dos.

Al tercer día, el comerciante se levantó y empezó a prestar atención a sus negocios. Subió a su casa de contabilidad, muy probablemente para ver cómo estaban las cosas para él aquel año, calcular los gastos y establecer si había tenido o no beneficios. Para ello extendió ante sí los libros y las bolsas de dinero encima del mostrador, y [como sea que su tesoro era muy grande] cerró bien la puerta de su casa de contabilidad, dando órdenes al mismo tiempo de que, mientras estuviera allí, nadie le interrumpiera en sus cuentas. Así permaneció encerrado hasta bien tocadas las nueve de la mañana.

El hermano Juan se había levantado también al romper el alba y deambulaba arriba y abajo por el jardín rezando devotamente su oficio. Mientras éste paseaba de un lado para otro, la buena mujer se deslizó al jardín sin ser vista y le saludó como había hecho muchas otras veces anteriormente. Le acompañaba una niña que ella tenía bajo su custodia y que todavía estaba sujeta a su autoridad.

Los cuentos de CanterburyWhere stories live. Discover now