Cuento de la segunda monja: Prólogo

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Prólogo al de la segunda monja

Todos deberíamos hacer lo posible para evitar esta promotora y servidora de los vicios, esta portera del umbral de los placeres, cuyo nombre es ociosidad; deberíamos combatirla con su oponente, es decir, con la laboriosidad o diligencia, para que el diablo no se apodere de nosotros por nuestra indolencia. Pues una vez observa a un hombre ocioso, ese que nos está acechando de continuo esperando atraparnos con sus mil sutiles engaños, lo caza con su red, no dándose cuenta este hombre de que está agarrado por el enemigo hasta que lo tiene ya por la solapa.

Deberíamos trabajar en serio para oponer resistencia a la ociosidad, pues aunque solamente nos preocupamos de esta vida, resulta evidente que dicha ociosidad es una maldita torpeza de la que no se deriva nada bueno o beneficioso. La pereza tiene a la ociosidad al otro extremo de la correa, sirviendo solamente para dormir, comer, beber y devorar el producto del trabajo de los demás. Con el fin de alejar de nosotros el tipo de ociosidad que es causa de tantas calamidades, he tratado aquí de traducir fielmente de la Legenda Áurea su gloriosa vida y pasión, ¡oh tú, cuya guirnalda está entretejida de lirios y rosas[490]!. Me refiero a ti, Santa Cecilia, virgen y mártir.

Invocación a la Virgen María.

Tú que eres la flor de todas las vírgenes; tú, de quien San Bemardo[491] gozaba escribiendo; a ti te invoco la primera en este principio. Permíteme celebrar, oh tú, que consuelas al desgraciado pecador, la muerte de tu doncella que, por méritos propios, conquistó la vida eterna y obtuvo su victoria sobre el enemigo, como podréis leer en la historia que sigue. Tú, Doncella y Madre, hija de tu Hijo; tú, fuente de gracia, bálsamo de las almas pecadoras, en la que Dios en su bondad eligió residir: humilde y, sin embargo, exaltada por encima de todas las criaturas, tú ennobleciste nuestra pecaminosa naturaleza hasta tal punto que el Creador no desdeñó el vestir y arropar a su Hijo en carne y huesos y hacer de Él un ser humano. Dentro del bendito claustro de tus entrañas, el eterno amor y la eterna paz —del mundo trino, Señor y Guía, a quien la tierra, el mar y el cielo alaban eternamente sin cesar— tomó la forma humana. Y tú, Virgen Inmaculada, llevaste en tus entrañas al Creador de todas las criaturas y, sin embargo, retuviste tu pureza de doncella.

En ti la magnificencia está tan unida a la gracia, a la bondad y a la compasión, que tú, sol de excelencias, no solamente ayudas a los que te rezan, sino que incluso antes de que los hombres soliciten tu ayuda, a menudo, por tu gran benignidad, anticipas con largueza sus plegarias y te conviertes en el médico de sus vidas. ¡Oh, hermosa Virgen, dulce y bendita, ayuda ahora a una desterrada en este páramo de amargura! Recuerda a la mujer de Canaán que dijo: «Los perros comen las migajas que caen de la mesa del dueño[492]»; y aunque yo soy una indigna hija de Eva y, por tanto, pecadora, acepta, sin embargo, mi fe. Y como sea que la fe sin obras es estéril, dame el ingenio y la oportunidad de trabajar tanto que pueda escaparme de esta oscurísima región.

¡Oh, tú, que eres hermosa y te has visto tan favorecida, Madre de Cristo, amada hija de santa Ana, sé mi abogada en ese altísimo lugar en el que el Hosanna se canta eternamente! Ilumina con tu luz mi alma aprisionada, turbada por el contagio de mi cuerpo y por el peso de la lascivia terrenal y por los falsos afectos. ¡Oh, tú, mi puerto y refugio! ¡Oh, salvación de los que sufren penas y aflicciones, ayúdame ahora, pues estoy a punto de iniciar mi tarea!

Sin embargo, ruego al que lea lo que escribo que me perdone si no me preocupo de adornar el cuento, pues estoy presentando las palabras y el sentido de lo que uno escribió en reverencia por la santa. Yo simplemente sigo el curso de su vida y os ruego que mejoréis mi trabajo allí donde resulte necesario.

Interpretación del nombre de Cecilia[493]

Primeramente me gustaría explicar la etimología del nombre de Santa Cecilia bajo la luz de su historia. En inglés significa «lirio del cielo» (coeli lilia), en representación de la pura castidad de la virginidad; o quizá se llamó «lirio» por tener la blancura de la honra, la lozanía de la conciencia y el dulce sabor de la buena fama. Alternativamente, Cecilia equivale a decir «sendero de los ciegos» (vía), debido al ejemplo de su enseñanza. O también, según he leído, Cecilia está compuesto por cielo (coelum) y Lea. Aquí, figurativamente, cielo significa su santa contemplación, y Lea, su incesante actividad.

Cecilia puede también interpretarse de la siguiente forma: «carente de ceguera» (caecitate carens), por la gran luz de su sabiduría y sus resplandecientes virtudes. O también quizá el nombre de esta radiante virgen proviene del cielo (coelum) y leos, pues ella puede muy bien ser llamada con toda justicia «un cielo para la gente» (un ejemplo de todas las obras buenas y juiciosas). Pues leos significa «gente» en inglés, y de la misma forma que desde el cielo se ven el Sol, la Luna y las estrellas, también en el sentido espiritual uno puede ver en esta noble virgen la magnanimidad de fe, la perfecta claridad de su sabiduría y muchas obras brillantes y excelentes. Los cultos han escrito que las esferas celestes son veloces, redondas y ardientes; también era así la blanca y hermosa Cecilia, siempre veloz y diligente en las buenas obras, perfecta y entera en su perseverancia, siempre ardiente con la radiante llama de la caridad. Acabo de explicar su nombre.

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