Capítulo 10: Impulsos que no perdonan

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Luka. 

Extraje el pequeño recipiente de vidrio del bolsillo delantero de mis pantalones vaqueros y procedí a agregar su contenido con mucho cuidado en una taza humeante. Bastará con tres gotitas, no queremos matarla. ¿Quién pagaría la comida entonces?

No se preocupen, no es cianuro, solo un fuerte somnífero y no es como si fuera para mí.

Revolví el líquido con una cucharilla hasta desaparecer el rastro ámbar. Guardé de vuelta la droga en mi bolsillo y agarré la taza verde del mesón marmolado de la cocina. Me encaminé hasta el cuarto de Estela.

Frente a la puerta color caoba, toqué y esperé aprobación para ingresar. La encontré recostada en la cama con su pijama de franela amarillo irritante y el computador entre sus piernas, seguramente tratando asuntos del trabajo. Esa mujer hace demasiado como para recibir una paga tan miserable.

—Ten, mamá. Te he preparado esto. –Le tendí el té de hierbas recién preparado por mí, personalmente. Toda una obra digna de un hijo ejemplar, como yo.

Dejó la computadora a un lado y sonrió. —¡Oh! Luka no debiste molestarte. –Recibió la taza entre sus manos y se la acercó a los labios. —¡Ummm! ¡Huele muy bien! –Sopló un poco con su boca, y le dio el primer sorbo. —¡Riquísimo!

Por supuesto que está riquísimo, Estela. Si lo he preparado yo mismo.  —Gracias, pero no es para tanto. –No sabía qué esperaba Hollywood para contratarme.

Salí de la habitación sin prisa, o por lo menos no la demostré. La fase uno ya estaba en curso.

Tras cerrar la puerta del cuarto activé el cronómetro de mi celular para que me avisara dentro de veinte minutos.

Me dirigí de nuevo a la cocina con pasos perezosos, pero cuidándome de no hacer ruidos fuertes que pudiesen espabilar a Estela.

Guardé el almuerzo que había preparado aproximadamente hace treinta minutos en envases plásticos. Y sí, leyeron bien, he cocinado yo, y no me avergüenza decir que convertí una simple cacerola de pollo en un platillo insuperable.

No hay mejor pasatiempo que despellejar y acuchillar un trozo de carne fresca.

Llevé la comida a la heladera y la coloqué al fondo, oculta de la vista, por si acaso. Fregué la cuchara que hace poco utilicé y la devolví a su sitio.

Si algo sabía bien era que en la vida siempre necesitas cuidarte las espaldas, y eso es precisamente lo que hago ahora.

Aquello no había sido sencilla casualidad, no podía serlo cuando había alguien observándome que conocía bien dónde vivía, el modelo del coche de mi madre y demás. En algún punto mientras regresaba a casa en el coche con mi ChocoSupervisor, comprendí que el significado irrefutable de esos objetos en mi basura era que alguien intentaba inculparme. También, mientras observaba un semáforo ir del rojo al verde, supe exactamente qué era lo que tenía que hacer.

Y eso era ponerme un paso por delante, lo cual implicaba poner a Samanta en preaviso. Sabía bien que tratar con Michael sería un caso perdido.

La busqué en Facebook y tenía su cuenta privada, algo de esperarse, si yo fuese ella, a estás alturas usaría ropa blindada.

Aun así conseguí formar parte de su extensa lista de amigos en esta red social, ¿cómo? Crearse un perfil falso es algo sumamente fácil, tanto que es preocupante. ¿Cuántos dementes como yo no estarán por allí engañando personas tontas?

Y hablando de gente tonta, me hice amigo de algunos de sus contactos y ¡voilá! La muy idiota me aceptó, y sinceramente dudaba que lo hiciera. Gracias a eso, ahora tengo una columna entera de información sobre ella, por lo menos lo que me interesa: Dirección personal, número celular, preparatoria, etc.

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