Capítulo 8: Tesoros en la basura

101 5 0
                                    

Luka.

Desde que salí del psiquiátrico no había hecho más que recuperar el tiempo perdido, como le decía mi madre a llevarme de compras durante tres días enteros en busca de ropa y artículos para decorar mi habitación. Alegando eso también me obligó a ver maratones infinitos de películas que supuestamente tenía, muy necesariamente, que ver y me había llevado a la universidad estatal para informarme sobre las cuestiones administrativas de la inscripción y fechas de reanudación del semestre de arquitectura.

Estela era tan locamente absorbente que sinceramente el trabajo representaba para mí un respiro. Pero claro, también era lo suficientemente desconfiada como para no permitirme salir solo, como si yo fuese un maldito crío de ocho años.

Sin embargo, con el pasar de los días, la mujer volvía paulatinamente a su ajetreada rutina laboral, dándome más libertad. Pronto, las cosas en casa volvieron a ser tal cual antes de que ella se casara con Michael, y me dio la impresión de que comenzaba a olvidar que estuve encerrado debido a un grave trastorno de la personalidad.

Y lo reconozco, me encontraba tan desesperadamente aburrido en la casa, que me vi tentado a prenderle fuego a la casita del perro de mi amiga Martha, la vecina. No obstante, fui lo suficientemente racional como para no cocinar al perro, pues supuse que levantaría sospechas que un montón de madera se encendiera sin ninguna ayuda.

Nadie creería que quizás el animal sencillamente fumaba un cigarrillo cuando algo salió mal, pero como aquel montón de pelo no dejase de aullar durante la noche, se envenenaría accidentalmente pronto y se lo había advertido.

Por precaución, decidí limitarme a ir del trabajo a la casa durante unas buenas tres semanas. ¿La razón? Había un coche siguiéndome, negro y de vidrios polarizados, y yo conocía bien ese tipo de autos, no en vano había tenido un padre con tantos problemas con la justicia. Eran policías en cubierto, y andaban detrás de mí demasiado seguido, como si semejante coche no llamase la atencion.

En una oportunidad había visto el auto estacionado cerca de mi casa, justo al frente más bien. Ese día iba saliendo de al lado, precisamente de la vivienda de Marthica, después de haberme pasado mi bendecida noche libre buscando en su ático algún animal muerto que desprendía un olor horrible al resto de la casa.

No me juzguen, era eso o ver con Estela el maratón sin comerciales de Indiana Jones, y por lo menos con la búsqueda del tesoro de Martha tenía más chances de dormir temprano.

Como sea, el punto es que ya venía enfurruñado por haber pasado toda mi maldita noche libre en busca de una rata que ni podía moverse. Entonces cuando volvía a casa, entre la oscuridad de la noche y mi sorpresa, vi la ancha silueta de una persona que cerraba los contenedores de basura de mi casa antes de dirigirse al asiento del conductor del mismo auto que me había estado siguiendo y que carecía de matrícula.

Había actuado sin pensar. Caminaba hacia el vehículo dispuesto a exigir que me explicasen en ese mismo instante qué diablos hacían detrás de mi trasero siempre que ponía un pie fuera de casa, y ahora, para colmo hurgando entre nuestros desechos.

No obstante, el coche se largó cuando se hizo inevitablemente obvio que me dirigía a su ubicación, y aquello no hizo más que dejarme la cabeza hecha un lío. ¿Habían sido policías en verdad? Ya no estaba seguro.

Saqué mi móvil del bolsillo trasero de mis pantalones guiado por un instinto. Oscuro estaba enojado, y yo también, sus reproches me confundían.

Si ese sujeto no era un oficial, debía tener un muy buen motivo para estar allí y yo lo descubriría. Era un hombre. Su cuerpo era el de uno, un poco menos alto que yo pero demasiado robusto como para ser una chica.

ObsessionWhere stories live. Discover now