Capítulo 13: Hábitos viejos

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Samanta.

Observé la pesada bolsa suspendida del techo, sintiéndome estúpida por el simple hecho de estar aquí plantada delante suyo y considerar hacer esto después de tantos años de haberlo abandonado, tendría suerte si mi cuerpo recordase más maniobras que las fracturas que me provoqué en aquellos tiempos.

Lo cierto es que aquel saco de boxeo se lucía allí con su brillante cuero rojo, tentándome a acariciarlo con mis puños, y yo más que quererlo, urgía de algo en que perderme un par de minutos para dejar de lado el tortuoso insomnio.

Respiré profundo, de nuevo, llevándome toda la fragancia del fresco desinfectante directito al cerebro, y cuestionándome hasta el cansancio los pros y contras de volver a entrenar.

Subí al máximo, con el control remoto, el volumen del sistema de sonido que recorre la sala, antes de arrojar el diminuto aparato contra el asiento acolchado de la máquina de abdominales a mi lado; recibí las potentes notas con una extraña devoción. Le agradecí internamente a papá y su genial idea de acondicionar el gimnasio de casa para que fuese a prueba de ruido, de lo contrario ya tendría a la mitad del vecindario aquí quejándose por el escándalo.

Miré la hora en el reloj digital de la pared.

2:53 Am.

Y yo sin poder pegar el ojo...

Suspiré. Ya no es solo la cuestión esta del accidente donde ví a Luka y casi muero, ahora están esos textos que llegan a mi móvil y me hacen sentir mil veces más perseguida que antes, pues ahora puedo agregar una rara especie de ciberacoso.

Antes creía que me estaba volviendo loca. Y ciertamente, después de perder el control aquella mañana, estoy segura que hay una gran chica desquiciada durmiendo dentro de mí. Pero es que en verdad me asusta, me asusta infinitamente el que alguien esté enterado de qué ropa uso o qué bocadillo me estoy llevando a la boca durante cada instante del día, es malditamente desquiciante.

Todavía me encontraba confundida, asustada, contrariada, angustiada y una infinita lista de palabras que no estaba cerca de terminar. ¿Se trataba de Luka? ¿Por qué siempre había algo que le incriminaba pero terminaba siendo inocente? ¿Casualidad? No podía pasar por alto el hecho de que de alguna manera se ve implicado en lo que me sucede. No podía pasar por alto tampoco que siempre parece estar en otro sitio con testigos en su defensa.

Todavía estaba un poco inquieta por el encuentro que había tenido con Luka frente a mi instituto. Efectivamente no había tratado de lastimarme, pero eso no significaba que no lo intentaría. Aunque, desde un principio el chico no había hecho más que pedir que escuchase algo que necesitaba informarme. Yo había corrido a la carretera sin que el me hubiese incitado —Si no tomamos en cuenta haberlo hecho por su mera presencia.— y él había sido quien me salvó de una posible muerte, aún cuando estaba en juego su propia vida.

Vale, el no tenía que haber estado allí. No podía estar a cierta distancia de mí, no le era permitido. Me parecía tan ingenuo de mi parte siquiera concederle el voto de la duda cuando todo le apuntaba.

No era culpable.

O eso decía.

Me encontraba dividida entre la espada y la pared. Nunca había entendido el real sentido de aquella frase como en estos instantes. Y estaba afectandome a modos que desconocía.

Lo reconozco, en esa oportunidad perdí el control. Dejé de razonar con el mero pensamiento de que un sujeto sin rostro estaba ahí, cerca de mí, observándome. Simplemente mi lado coherente se apagó y comencé a ver todo rojo, lanzaba por los aires lo que encontraba a mi paso y no paraba de gritar. Internamente creía que él estaría escondido tras los cojines del sofá o alguna camarita suya entre las flores del jarrón; por eso lo destrocé todo, todo hasta que Jack apareció, claro, y volví en mí.

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