Capítulo extra #1

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Luka.

—¿Seguro que guardaste bien mi número, bebé? ¿Cargaste bien tu móvil? Estaré atenta a tu llamada para venir a recogerte. ¿Quieres que te espere afuera? De verdad para mí no es problema, mi cielo. -Y a continuación, Estela volvía al ataque.

Asentí una y otra vez para responder las mismas jodidas preguntas de hace diez minutos y también de los diez anteriores a esos. Esta mujer era más persistente que la corriente de un rio. —Estaré bien, mamá. Es solo una psiquiatra, no es como si fuese la primera vez que charlo con una. -Me recosté en el asiento y cerré los ojos, prefiriendo ahorrarme el comentario de que había pasado más tiempo durante mi adolescencia al lado de psiquiatras que de ella misma. —Es solo una hora. -Me limité a decir, prefiriendo dejar sus cabellos como están.

—Bueno. -Concluyó con resignación mientras detenía el coche frente al edificio donde estaba el consultorio de mi nueva doc. —Igualmente estaré esperándote justo aquí dentro de una hora, ¿vale? -Se inclinó, me abrazó y esa fue mi señal para escapar antes de que volviese con los melodramas de "mi hijito el loco".

Córtalo, Estelita, por favor.

Reafirmé la mochila sobre mi hombro y cerré la puerta del auto de mi madre sin mirar atrás.

Conforme caminaba, la brisa de plenas nueve de la mañana me cosquilleó el cuerpo. Altos árboles bordeaban la acera de inicio a fin y esta era transitada por unas cuantas personas a penas. Un área bastante tranquila y el edificio, de hecho, más que un edificio, era una casa de dos pisos aparentemente remodelada para cumplir con determinado fin.

No me detuve sino hasta haber cruzado el sendero de piedra y encontrarme delante de la puerta de madera blanca, la cual fue abierta en mi segundo toque.

Delante de mí había una chica de posibles veinte años con la destacable altura aproximada de alguien con cinco. De no ser por sus nada discretos mechones fucsia en su cabellera rubia y bueno, el gran trasero debajo de su falda de tubo, uno creería que es un Oompa Loompa que se cansó de comerle el dulce a Wonka.

—Buenos días. -Ajustó las gafas sobre su nariz y me dedicó una sonrisa cortéz, una sonrisa que disimulaba la mirada analítica de sus orbes. Su voz estúpidamente acorde con su tamaño. —¿Usted es Luka D'Angelo? -No podía evitar distraerme con el sonidito de la fuente de Cupido en el medio del jardín.

Sonreí también, en mi caso, una sonrisa de flirtear que aparentemente no tuvo el impacto que buscaba. Aquella, Melissa según el gafete en su impoluta y blanca camisa de vestir, era de las difíciles. —Si, ese soy yo.

Se apartó lo suficiente como para permitirme el paso. —Bienvenido, la doctora Swan le recibirá en breve. -Señaló un sofá. —Por favor, tome asiento, le comunicaré a la doctora sobre su llegada.

Asentí, haciendo lo que se me indicaba. Mientras Melissa desaparecía tras un pasillo al fondo del que supuse era su escritorio, me permití entonces, y solo entonces, notar con admiración la decoración del salón. Bastante minimalista pero, sin embargo, conseguía transmitir la sensación de tranquilidad. Cuestión necesaria dado la naturaleza de los pacientes que allí se trataban.

Me dediqué a observar la gran pecera del rincón, el fondo sorprendentemente real pese a tratarse de una imágen, las algas preciosamente vivas y finalmente la gran variedad de peces.

Melissa volvió un par de minutos más tarde, pidiéndome que la siguiera, de manera que lo hice, queriendo acabar rápido con semejante perdida de tiempo.

Seguimos el mismo pasillo que anteriormente ella, y detuvimos la marcha delante de otra puerta blanca.
Después de un golpe sobre el portal, Melissa abrió el mismo y se hizo a un lado para que ingresase a la nueva habitación, un espacio que continuaba con el estilo anterior al punto de tener hasta otra pecera. Aquello era un trabajo meticuloso, me agradaba.

La primera visión que tuve de la doctora Swan fue la de una mujer mayor sobre un escritorio de alguna pulida piedra gris. Sus ojos azules serenos escondían una clara inteligencia fría y aún más analítica que la de su asistente.

Tomé asiento en una silla caoba acolchada delante de ella. Su tenue sonrisa invitandome a sentirme cómodo, era toda una profesional en su oficio, he de reconocerlo. —Buenos días.

—Buenos días, doctora. -Deposité la mochila en el suelo a mi lado, tristemente resignado pues esta sería una larguísima hora.

—Mi nombre es Marissa Swan. -Me extendió su mano por encima de la mesa. El contacto frío de un anillo de bodas en su dedo anular contrastando por completo con la calidez de su mano. —Encantada de conocerte, Luka. Espero podamos trabajar muy bien juntos.

Bastante formal y a la vez con un toque casual para indicar intimidad. Definitivamente sabía lo que hacía.

Asentí, le calculaba algunos cincuenta años debido a las arrugas en el contorno de sus ojos. —El gusto es mío, doctora.

—Puedes decirme Marissa si te sientes más a gusto. -Su voz firme y a la vez pasiva. Era una mujer con criterios bien establecidos.

—De acuerdo -Le miré. —Marissa.

Sus manos cruzadas sobre la superficie. —¿Deseas algo antes de comenzar con la sesión?

Negué con la cabeza, solo deseando irme.

Abrió una carpeta color negro que reposaba inadvertida sobre la mesa. —Pues bien, entonces, hablame sobre ti.

¿Hablar sobre mí? Era algo que hacía tan recurrentemente que ya comencé a repetir el mismo discurso desde un especialista hasta otro. Era algo cansado.

Sin más, le comuniqué mi edad, aunque era información que ella tenía, comenté que desde que salí vivía con mi madre y justo esta tarde iría en busca de mi primer trabajo antes de ingresar por fin a estudiar en la universidad. Y bueno, en resumen, parlotee un rato significativo antes de que iniciaramos con las preguntas verdaderamente importantes para ambos.

Anotó un par de cosas en su carpeta. —Entiendo, es un gran paso el que darás el día de hoy, trabajar implica cierto grado de independencia muy sana.

Asentí, sin decir palabra, sin querer decir nada más de lo netamente necesario.

—¿Cómo te sientes desde tu salida? ¿Te ha sido fácil acostumbrarte a tu nuevo entorno? ¿Has dibujado algo desde entonces?

Me elevé de hombros. —Extrañaba estar afuera, con mi madre, tener mi espacio y libertad de moverme. -Suspiré. —Se siente casi como si nunca me hubiese ido, se siente bien estar de vuelta. Y he dibujado algunas cosas, garabatos.

Me dedicó una suave sonrisita antes de anotar otro par de cosas en la carpeta. —¿Qué me dices de Oscuro?

Y ahí estaba la tan buscada perla.

—Según los reportes de tus anteriores especialistas, Oscuro te ha acompañado desde que eras un chico. -No me gustaba su condescendencia. —¿Podrías contarme cómo llegó?

La miré, sabiendo que la pregunta correcta sería si quería en verdad hacerlo, aunque naturalmente no podía negarme.

Me removí en mi asiento. —No logro recordar con exactitud cuándo fue que Oscuro invadió mi mente, era muy pequeño y no entendía muchas cosas.

Hice una pausa, estudiando su expresión imperturbable antes de continuar. —Entre esas cosas, no entendía lo que hacía mi padre llevando a esas mujeres a casa cuando mi madre se iba a trabajar para mantenernos, no entendía porqué era incapaz de soltar la botella de licor pese a que la mayoría del tiempo no conseguía caminar bien...

Respiré, sin sentir, sin querer hacerlo. El vacío de la oscuridad era jodidamente mejor. —Él nos lastimaba, golpeaba y quebraba de una manera más allá de la física, tampoco entendía el porqué de su gusto por causarme moretones.

—Eras un niño. -Intervino Marissa cuando perdí mis ganas de continuar. —No tenías porqué entender semejantes cosas, mucho menos vivirlas.

Solo me limité a asentir.

—¿Oscuro nació entonces? -Tomó la iniciativa de nuevo.

—Oscuro nació entonces. -Afirmé. —Su voz con frecuencia me susurraba cosas, cosas que a veces me hacían dudar.

Detuvo su fluida escritura para observarme. —¿Dudar de qué con exactitud?

—De que yo fuese bueno, mejor que mi padre.

ObsessionWhere stories live. Discover now