Capítulo 23: Caen las máscaras

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Luka.

Está bien, reconozco que besarla pudo no haber sido el movimiento más inteligente de mi parte. Siendo justos, más que poco inteligente, había sido completamente hormonal, una vergüenza. Pero, ¿haberla perdido? Ahora mismo bien podrían otorgarme el premio al más incompetente del planeta. Bueno, dudo que por encima de su guardaespaldas, aunque llegarle cerca ya era demasiado.

Se supone que en un principio había acudido a esta fiesta para vigilar que nada se saliese de control, o más bien, que nadie se saliese de control con ella, porque estaba una fuerte posibilidad de que así fuese.

Si yo fuera ese sujeto, esta sería por mucho la mejor oportunidad de actuar que se me podría presentar. Y miren que yo solo analizo la situación desde una perspectiva hipotética, nada vinculada con mi propio pensar.

Bien, quizás solo un poco.

El punto de mi auto sermón es que no debí acercarme a Sami en ningún momento, y muchísimo menos haberla besado. Maldita sea, siempre consigo complicarlo todo. Tuve que apartarme cuando comenzó a restregar de aquella manera su culo cerca de mí, esa fue mi perdición. Y demonios, Dios bendiga aquel culo y su manera de moverse.

Cerré una puerta de cristal a mi espalda, abriéndome paso hacia el patio donde nos habíamos sentado hace un momento. Ya hubiera llegado, de no ser por el idiota vestido de Edward Collen que dijo que Sami me esperaba en la planta de arriba. Nada me quita de la cabeza que lo hizo a posta, le vi flirteando con la pelirroja amiga de Sami, pero supuse que quizás tenía intención con más de una chica del grupo.

Un grito quebró el silencio de pronto, y supe, inmediatamente, que se trataba de ella. No conseguí respirar por una fracción de segundo, y no entendí por qué exactamente, mi estomagó se retorció. Miles de imágenes de Sami siendo llevada por otro cruzaron mi mente de golpe. Y sentí la garganta seca.

Vale, esa no era ni de cerca una reacción normal en mí, me resultaba demasiado mundana. Comenzaba a cuestionar que mi preocupación se limitara a mi posible estadía futura en alguna cárcel; aunque, por supuesto no era momento para detenerme por aquello.

En menos de lo que se calló su voz, ya había atravesado los cinco pasos que me faltaban para llegar a la puerta, cruzarla y enfrentarme al frío exterior.

Miré alrededor, con una rabia ciega que, hasta es ese instante, no sabía que tenía.

Justo debajo de la luz en la pared, y aprisionada contra la misma, estaba Sami, semi-sentada, semi-acostada. Le daba patadas al tipo sobre ella con un ímpetu les juro que admirable y trataba de hacerle daño en la cara con sus manos.

La imagen de un pequeño gatito erizando el pelaje y mostrando sus garras me pasó por la cabeza en ese segundo. Pero claro, no tuve tiempo de pensar demasiado en lo orgulloso que estaba de verla forcejear de aquella manera, sinceramente, tampoco sé en qué momento había desarrollado la habilidad de correr tan rápido, o en qué momento de mi vida había logrado ser capaz de levantar a una persona tan grande sin esforzarme en lo más mínimo. No obstante, justo eso fue lo que hice, estampé su cuerpo contra la pared por sobre mi cabeza en cuestión de segundos.

Quería. O más bien necesitaba quebrarle el cráneo allí mismo. No podría dormir tranquilo nunca más si sabía que sus sesos continuaban en su lugar, como poco, tenía que arruinarle un órgano esa noche. Ya sea dentro, o fuera de su cuerpo, me daba igual. Le sacaría la mierda por la boca y después se la haría tragar de nuevo, y entonces, le arrancaría los intestinos para que observara a los perros de la pelirroja devorándoselos.

Lo lancé contra el muro una segunda vez, impactando su cabeza contra la dura superficie, y deleitándome con el delicioso sonido. Seguí haciéndolo sin descanso, esperando que el cascaron de aquel huevo se quebrara pronto. Me importaba un demonio ensuciarme, es más, ansiaba jodidamente empaparme los dedos y el rostro de su viscoso contenido, saborearlo. Intentaba empujarme con sus manos, y hacerme daño en el rostro, hecho inútil.

Lo sostuve arriba con una mano, y con la otra, le asesté un golpe en la nariz, rompiéndola con el clásico -Crack- que tanto me fascinaba. La sangre de color intenso me calentó la piel que alcanzó a tocar. No obstante, cuando iba camino a incrustarle un ojo en el cerebro, balanceó aquella cabeza que tanto me esmeraba por romper y la impactó contra mi frente.

No quería, pero en un movimiento inconsciente, aflojé el agarre, dándole la oportunidad de liberarse. La vista me daba vueltas ligeramente, tenía que reconocer que el sujeto tenía extrema fuerza, y esa posiblemente sería mi mayor desventaja. Maldije para mis adentros cuando se detuvo delante de mí y de su bolsillo trasero sacó una cuchilla maltrecha, que más que una navaja, parecía un cuchillo de cocina.

Percibí un jadeo a mi lado y le envié una vista a Sami, encontrándola de pie, lloraba, pero estaba de pie, parecía estar acostumbrándose a esto, y no sabía si acaso aquello representaba algo bueno o algo malo. Su boca estaba rota e hinchada, pero además de eso y su desaliñado estado, no parecía tener nada más. Esa era mi chica.

Me volví ligeramente. —Vete de aquí. -Pedí, necesitando privacidad para lo que se fuese a desarrollar esta noche.

La mirada que me devolvió me confundió. Una infinidad de emociones pasaron por sus transparentes ojos en una fracción de segundo, y entonces, cuando percibí la frescura en mi rostro, me di cuenta que había perdido en antifaz en algún momento. Fuese como fuese posible, parecía aún más confundida que yo, solo que también estaba el enojo y el miedo coexistiendo allí dentro.

Dio un paso, luego dos, y así comenzó a trotar lejos de allí.

Procuré posicionarme en medio de la trayectoria de su mirada con la del cuerpo de Sami, me hervía la sangre de solo pensar en lo que estuvo a punto de hacerle. Y entonces, como si de por si la situación ya no fuese lo suficientemente tensa, sonrió. Una sonrisa inmensamente amplia que me gritaba que algo no andaba bien con él y la distribución de sus neuronas.

Respiré profundamente, y entonces, también sonreí, demostrándole que mi cabeza estaba posiblemente más dañada que la suya. Nos quedamos así un par de segundos antes de que atacara contra mí de nuevo, cuchilla arriba. Esquivé aproximadamente tres embestidas, la última no con tanto éxito como la primera.

En un descuido, consiguió hacerme daño en el brazo izquierdo, claro que era un rasguño comparado con lo que pretendía hacerle yo al final de la noche. Con una llave, logré que soltara el cuchillo, el cual cayó en la graba e inmediatamente patee lejos de él.

Empezaba a costarme un poco mover mi brazo, pero aun así atiné a darle unos cuantos golpes más en la cara, que era la única parte de su cuerpo que parecía tener sensibilidad todavía.

Después de un gancho, acabó acuclillado un segundo. Sin embargo, en menos de un pestañeo, se volvió hacia mí con una piedra de buen tamaño con la que pretendía pegarme en la cabeza, afortunadamente solo fue un roce y no la magnitud de golpe que me quería ocasionar en un principio, pero bastó para hacerme perder el equilibrio y caer. Sangre que manaba de mi frente haciéndome perder el enfoque.

Gruñí y maldije en voz alta, intentando alcanzar la navaja que hasta entonces había dejado oculta en mi bota como un factor sorpresa. Entonces, miré hacia arriba, y supe exactamente qué pretendía hacer con la piedra. Lo vi en sus ojos.

Percibí el momento exacto en el que elevaba los brazos por encima de su cabeza con la piedra sostenida con ambas manos, y pretendía aplastarme los sesos.

Y bueno, mientras admiraba con cara de imbécil mi posible final, o en demasiadas cosas al mismo tiempo, demasiadas, muchísima. ¿Me daría tiempo deslizarme a un lado y levantarme antes que reaccionara? ¿Cómo reaccionaría Sami al verme muerto? ¿Se alegraría? Estela... No podía ni imaginarla cuando se enterase.

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