Capítulo 27: Un probador de sostenes

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Luka.

Eran quince pasadas de las dos de la tarde del martes y me encontraba sentado en un frío banco de madera en plena calle observando al guardaespaldas de Samanta, Miranda, creo que era su nombre, entrar junto con la misma hacia una tienda de ropa íntima. Y juraría que la chica estaba sonrojada, no lo dudaba, su piel parecía estar más tiempo colorada que normal.

La calle estaba bastante transitada a esta hora, y como cualquier noviembre, el frío me calaba en los huesos. Era muy ventajoso que aquella tienda solo tuviera cristales de frente en lugar de paredes. Así podía ver todo cuánto quisiese.

Con paciencia, Miranda tomó asiento en un encopetado asiento de la minúscula sala de espera mientras que Sami continuó su camino hasta el área de sujetadores. La vi fingir entretenerse con un par de ellos antes de perderla entre los pasillos.

Me levanté y caminé sin prisa hacia el callejón junto a la tienda, no me detuve hasta estar delante de una alta puerta roja brillante. Me recosté sobre la pared de ladrillos a mi espalda, esperando. Por lo menos el callejón estaba todo lo limpio que un callejón podría estar, ya que el camión de basura parecía haber pasado recién.

Un par de minutos más tarde, la puerta se abrió cuidadosamente y Sami asomó su cabeza con vacilación como si dudase que en verdad fuese a estar allí. Cuando nuestros ojos se encontraron, una sonrisa ladina asomó en sus labios, robándome una a mí.

Me indicó con su mano que la siguiera mientras ella misma se volvía a revisar que nadie estuviese observándola. Caminamos apresuradamente hasta encontrarnos frente a frente dentro de un vestidor con el pestillo pasado.

Las paredes parecían de concreto debajo de tablas de madera oscura bien barnizada y reluciente a causa de la elegante lámpara del techo. Sami me miraba de una forma extraña. ¿Expectante? Si. ¿Cautelosa? Podría ser. Pero definitivamente había más en aquellos ojos tan de fantasía.

Bajé la mirada, notando el bulto de sujetadores en el cesto que se suponía debía probarse, y volví a enfocarla con una ceja alzada.

Se removió incomoda y se elevó de hombros sin mirarme. Y ahí estaba el sonrojo de nuevo. —No quería que las trabajadoras sospechasen por mi tardanza.

Asentí, riéndome por lo bajo de la situación. No podía recordar cómo es que habíamos llegado a este punto de confianza después de todo lo que le había hecho. En verdad no sabía cómo clasificar nuestra relación tampoco, no creía que fuésemos amigos, pero en definitiva debíamos ser algo. —¿Cómo has estado? ¿Tu amiga ya volvió? -Me sorprendí soltando las preguntas sin haberlas pensado.

Relajó un poco la postura antes de negar. —No hay noticias sobre ella. -Tragó, y pude notar lo mucho que le costaba tratar con el tema. —Y bueno, del resto todo ha estado tranquilo.

—Comprendo. -Solté, recordando de pronto el motivo por el que le había pedido vernos.

Saqué de mis bolsillos traseros un pequeño trozo de tela negro con morado que tenía un emblema en el centro y se lo enseñé. También una pequeña cámara plateada.

Sus ojos se abrieron sin comprender por qué le enseñaba un trozo de tela de lo que parecía una camiseta del equipo de futbol de su preparatoria. —Este fue el trapo con el que trató de sedarte la primera vez. Un...amigo, me debía un favor, y digamos que tiene algunos buenos contactos. Le pedí que le hiciera estudios a la tela, para ver si había algún rastro del cabrón, pero aparte de la sustancia con la que pretendía drogarte, está limpio.

Noté el momento exacto en el que una oscura sombra se posó en sus ojos, haciéndola ver mayor. No había duda que todo esto la estaba enfermando. Se encorvó ligeramente, observando la tela con atención antes de apartar la vista como si pudiese lastimarla.

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