Capítulo 11: WhatsApp

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Samanta.

Estaba llevando un pie delante del otro antes de siquiera saberlo. El miedo hace cosas locas en las personas, y yo no soy la excepción. Vale, es comprensible que mi primer instinto fuera correr. Es humano querer escapar cuando tienes un animal peligroso al frente, lo mismo se podría aplicar con Luka. Aun así, cruzar una calle tan concurrida como esta sin asegurarme de que no hubiera un vehículo cerca, fue un error más allá de lo garrafal, pero ¡¿congelarme frente a un maldito auto en movimiento?! ¡¿En serio?! ¡¿Y mi eficaz instinto de supervivencia a dónde fue a parar?!

Todo pasó extremadamente rápido, no en cámara lenta como suelen afirmar. Primero escuché la bocina de no solo uno, sino una fila interminable de coches; luego el rechinar mortal de las ruedas, y simplemente lo supe, me resigné. Hasta aquí llegué, y lo irónico es que no me iría a manos de Luka, indirectamente era su culpa, claro. Reconozco que dentro de todo, me alegró un poco que así fuera, solo por no darle el gusto. Díganme orgullosa, pero mi muerte no la podrá añadir a su lista de logros personales.

Miles de pensamientos alocados, incoherentes y sin sentido, salían mirase donde mirase, incluso ya tenía prevista la cara de Carlitos cuando encontrara mis sesos regados por el pavimento.

Traté de moverme, realmente lo hice con todas mis fuerzas, sin embargo mi cuerpo no lo quiso así. Lo sé, soy una imbécil, siempre lo he sido, pero esto es a lo que yo llamo evolucionar. Deberán inventar una palabra nueva exclusivamente para describirme.

El coche ya estaba casi sobre mí, como un ángel de la muerte enviado a recogerme, solo que primero tendría que reventarme el cráneo para poder llevarme consigo.

Giré el rostro y cerré los ojos, jamás preparada para recibir el gran dolor de mis huesos volverse polvo. Se acabó. Todo se acabó.

Pero el golpe nunca llegó.

En su lugar una avalancha con aroma a canela franqueó mi costado derecho y arrojó al asfaltado. Mi cabeza le dio un amigable saludo al suelo en el momento de caer, y comenzó a palpitar de la alegría. Un pitido sordo aplacó por completo los gritos, cláxones y frenazos legendarios del alrededor.

Sentí un peso muy grande, demasiado, aterrizar sobre mí y no se me hizo muy difícil adivinar que es un cuerpo, uno en particular extremadamente caliente.

Quería hacer muchas cosas, engañarme y creer que es Miranda quien está respirando contra mi cuello era una de ellas -Aunque eso resultaría perturbador dicho así-, sin embargo, mi memoria no quiso jugar conmigo, y me recordó que él estaba al otro lado de la calle la última vez que lo vi. Quería desmayarme y olvidar el hecho que un psicópata está sobre mí. También quería quitármelo de encima, partirle la cara, encarcelarlo en una prisión y marcar una distancia mínima entre nosotros de una milla. Sip, demasiadas cosas que no van a pasar.

Abrí los ojos con temor de lo que podría ver. Sabía lo que vería, pero no por eso quería hacerlo. Mi vista tardó uno o dos segundos en normalizarse y cuando por fin lo hizo, curioseé una nuca tan blanquecina que dudo hubiera recibido luz solar alguna vez. Subí mi mirada por su cabeza hasta que noté la obvia línea entre dos tonalidades totalmente diferentes de cabello, la parte superior de color oro y la inferior azabache. ¡Lo sabía! ¡Una peluca! Tenía que ser, no creí que fuese capaz de teñirse.

Me armé de coraje y traté de apartarlo de mí por los hombros, pero él no se quiso mover.

Mi "héroe" alzó el cuello y yo solo pude bajar la cabeza como mi primera reacción. En mi interior, la adrenalina, el terror y el odio disputando por decidir quién reinará en mis acciones. Mi súper ilimitado razonamiento me planteó tres opciones para esta situación: Permanecer aquí y esperar a Carlos, correr de nuevo, o asestarle una patada tremenda en las bolas como venganza. Sin embargo, fui tan cobarde como para inclinarme por la primera aunque lo que en verdad deseo es hacerle daño. Mantuve mi vista fija en su chaqueta negra, incapaz de verlo a la cara.

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