Capítulo 15: Cartas sobre la mesa

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Sam.

Tif me llevó –Arrastró– del brazo hasta el auto donde Miranda reposaba contra suyo. Al vernos el hombre se enderezó para abrir la puerta trasera rápidamente, un gesto de caballeros como de esos que no hay en mi generación.

¿Machista? No lo sé, pero me encantan los hombres con tales modales.

Ambas agradecimos la acción y la pelirroja ingresó al interior del coche con un ánimo demasiado irritante. Yo le seguí, rogando que nuestra salida finalizase pronto y sin ningún inconveniente.

Respiré, sintiéndome más cómoda dentro del auto e inundando mis fosas con el aroma a coche nuevo.

Sonreí.

Si, coche nuevo.

Podría decirse que esta joya es prácticamente mía. Lo compraron para mí, sin embargo, no tengo permiso de salir con él yo sola. Es muy patético, lo sé, pero comprendo que se trata de mi seguridad. El punto es que esa belleza color negro es todo y completamente  mío –Practicamente–.

Tif carraspeó. —¿Qué disfraz tienes en mente? –Sonrió a dientes completos. Esa clase de sonrisas que solo hace cuando tiene cosas malas en mente. —¿Algo del tipo fácil pero inocente como Ricitos de Oro y su faldita? –Tomó su mentón con sus dedos índice y pulgar. Se recostó en el asiento y observó el techo acolchado del auto. —Estaba pensando que a ti te quedaría fenomenal un traje más atrevido. –Como si siempre no pensase lo mismo. —Al estilo de apagar incendios o llevar almas sucias al infierno. Piénsalo. –Rió.

—No recuerdo una sola vez donde no intentases convencerme de vestir de prostituta. –Acompañé sus carcajadas. —Pero ya, en serio. –Me elevé de hombros. —No lo he pensado. –Mi mejor amiga cumplía años dentro de seis días, por esto es que teníamos está precipitada salida de compras antes del partido de mañana. Al que también, por cierto, me estaba obligando a asistir.

Como si quisiera ir a cualquier sitio.

Abrió los ojos, dramatizando. No sería ella si no lo hiciese. —¿Cómo que no lo has pensado? ¿Quieres que te recuerde que el amor de tu vida, o sea yo, cumplirá dieciocho años? –Zarandeó las manos en el aire. —¡Esto será épico! ¿Cómo es posible que no estés ni un poquito entusiasmada con esto, Sam?

Bajé la mirada, apenada. —Ya sabes lo que me sucede Tif, no se trata de que no esté feliz por ti. Es solo que... No lo sé. Ya nada es como antes.

Me observó con una incomodidad nada disimulada. —Sabes que siempre cuentas conmigo, ¿no? Donde y cuando sea.

—Está bien, gracias, Tif.

Permanecimos en silencio durante un par de minutos. No podía ignorar lo arrugado que ahora estaba su semblante y la mirada triste de sus ojos. Debía ser complicado para ella lidiar con semejante situación, sobretodo cuando conocía lo lejos que estaba de descubrir lo malas que podían ser las personas. Como ella, antes me encontraba dentro de una burbuja especialmente eficaz alejando a la mierda de la sociedad. 

—¡Muero por devorar un helado! –Solté, más para cambiar de tema que otra cosa.

Tif se disponía a responder cuando el vehículo se detuvo. Tomó su bolso de sobre su regazo, regresandolo a su hombro cuan perchero. —¡Llegamos! ¡Esto será genial, cariño!

Carlitos rápidamente bajó y nos abrió la puerta del vehículo, ambas salimos y partimos hacia el centro comercial después de darle las gracias.

El aparcamento se encontraba casi a rebosar, habían unas cuantas familias y demás civiles andando por las plazas de estacionamiento con las manos llenas de bolsas de compra. Atravesamos las puertas corredizas del gigantesco establecimiento e inmediatamente el infinito barullo de voces me recibió.

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