Capítulo 39: El comienzo de un fin

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Luka.

Olía a ella. 

No pude resistir el impulso de caminar alrededor, como tampoco de tocar una que otra cosa. Podía sentir la mirada del chucho sentado en la esquina de la habitación, intentando intimidarme indiscutiblemente. Sin embargo, ambos nos identificamos como servidores a la misma dueña anteriormente, por lo que no pasamos a los ladridos.

Me encontraba dentro de la alcoba de Sami, una mezcla desordenada de color violeta, dorado y blanco. La cama no estaba hecha como si acabase de levantarse y todavía el olor de su perfume reinaba en el ambiente.

Era la primera vez que me encontraba de frente con la intimidad de Samanta, y bueno, pese a que esto era por completo una invasión a la privacidad de la chica, no conseguía negar lo mucho que me encantaba.

Seguramente no era para nada normal lo cómodo que me sentía estando allí, pero poco me importaba. Paseé junto a una pared con tres fotografías enmarcadas. Una donde Michael la llevaba en el hombro, otra con Marcus aparentemente en plena guerra de almohadas en el sofá de nuestra vieja casa, y finalmente con una mujer castaña ligeramente pálida que la abrazaba fuertemente, su madre.

Ella había sido tan pequeña cuando su madre murió como yo cuando lo hizo el mío. Por supuesto, la suya si había sido una perdida que extrañar. En mi caso, sencillamente no supe qué sentir. Fue mi padre, era cierto; pero también había sido él un detonante de mis voces, con cada paliza suya había conseguido hacer el eco aún más grande, aún más grande que yo mismo. Ese había sido él problema entonces, la voz de Oscuro era más fuerte que la mía.

—¿A ti también te importa? ¿No es así? –Había soltado en medio de una reflexión, como si Balto pudiese responderme.

No sabía en qué momento había cambiado exactamente mis sentimientos por Samanta, en qué momento exactamente había pasado a sentir genuina preocupación por ella. Aunque, siendo honestos, muy dentro de mí lo sabía, sabía lo tremendamente prendado que había quedado a ella desde que esos condenados ojos me miraron por primera vez. Aún siendo niños, Oscuro la odió por resultarme tan interesante, y pues ahora, él comenzaba a adorarla por la misma razón.

Sin más, salí de la habitación, con temor de comenzar una conversación con el perro como continuase dándole al coco. Troté por las escaleras hasta encontrarme de nuevo en el piso de abajo. Mis pasos resonando contra la madera. —¡No está, Tiffany! ¡Samanta no está!  –Mierda, mierda, mierda. Ya comenzaba a entrar en pánico. Parecía una mismísima nena. Siquiera estaba aprovechando aquello de encontrarme en la casa de Michael, Santo Dios, en otras circunstancias mínimo un mensajito obsceno habría dejado por ahí.

La pelirroja apareció a mi espalda, aparentemente tampoco había encontrado nada en su área. —Miralo por el lado bueno, su guardaespaldas tampoco está, quizás han salido por ahí.

Semejante ingenua compañera me ha tocado.

Eso no justificaba que la chica no cogiera su móvil. De todos modos, eran alrededor de las diez de la noche, dudaba que estuviese por ahí como si nada después del funeral de una de sus mejores amigas.

Esto me olía mal, terriblemente mal.

Me crucé de brazos. —No me quedaré tranquilo hasta dar con ella yo mismo. –Y en verdad era así, estaba seguro que no lograría dormir bien.

Asintió. —Pues bien, porque yo tampoco. Pero no la hemos encontrado, necesitamos movernos. –Continuaba pareciéndome impresionante la manera en la que la pelirroja se había repuesto de su estado ante la mención del peligro que corría Samanta.

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