Capítulo 14: Amo a mi madre

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Luka.

Extendí mi brazo hacia el buró y apagué la molesta alarma de mi móvil. Sobé mi mejilla con pereza y me levanté de la cómoda y tentadora cama, eran a penas las seis de la mañana, ¿pero cómo podría quedarme cuando el día de hoy me toca otra maravillosa mañana para servir helado a las masas? Que emocionante.

Fui hasta el baño y me di una ducha con agua fría para sacarme la flojera del cuerpo. Me coloqué lo primero que cogí del closet, unos jeans y una franela manga larga negra. Peiné mi cabello rápidamente frente el espejo y me precipité hasta la cocina, el delicioso olor de huevos y tocino inmediatamente llegó a mis fosas nasales.

Me senté sobre un banquillo en la isla de la cocina, dándole los buenos días a mi madre.

Se dio la vuelta, con una espátula en su mano y sosteniendo el brazo del sartén con la otra. Ya estaba vestida para ir al trabajo. —Buenos días, corazón. -Sonrió. —¿Cómo has dormido?

No tenía ganas de hablar, como cada mañana, mi humor matutino es de perros, sin embargo, si no le respondo será más insistente. —Bastante bien. ¿Y tú?

Depositó un plato con tocino, huevos y pan tostado delante de mí. —Maravillosamente, gracias.

Me dirigí hasta el refrigerador, tomé las dos tabletas de pastillas de encima y tragué una de cada una con un sorbo de jugo directo del cartón.

Llevé el jugo de naranja junto con un par de vasos, y lo dejé todo sobre la mesa al tiempo que Estela se sentaba delante de mí. Después de llenar ambos vasos de jugo, tomé asiento y comencé a comer.

El lado bueno de vivir con Estela, era que aquella mujer cocina endiabladamente genial, no lo sé, sus huevos son más suaves, el tocino más crujiente. Supongo que es un efecto que tienen las madres, porque hasta el jugo de cartón era mejor.

Me puse en pie, llevándome mi plato y vaso vacíos hasta el fregadero, los lavé y dejé en el escurridero. Subí a mi habitación, lavé mis dientes de nuevo, y agarré mi mochila. Para cuando volví a bajar, Estela estaba enjuagando lo que ensució.

—¿Luka, podrías tomar las llaves e ir a encender el auto? Ya te alcanzo. -Pidió, volviéndose ligeramente.

Asentí.

Caminé hasta la puerta y busqué las llaves en el pequeño perchero junto a la puerta. Fruncí el ceño, viendo otro manojo con un gran lazo rojo.

¿Qué carajo hace eso aquí? Me giré hacia la dirección de Estela, encontrandola detrás de mí con una sonrisa estampada. Abrí los ojos desmesuradamente cuando me llegó el entendimiento.

¿Podrá ser que...

Señaló con su mano. —Adelante, tómala.

Agarré los dos juegos de llaves, y abrí la puerta de la entrada con el corazón martillando contra mi pecho y sintiendo un extraño calorcito en mi estómago.

Atravesé el portal y di un par de pasos al exterior, giré la cabeza, e inmediatamente vi una Harley roja detenida en el camino de entrada.

Mi boca se abrió, sin palabras.

Es... Es...

Mierda.

Es sencillamente perfecta.

Estela me abrazó por la espalda. —¡Sorpresa!

Y vaya que me sorprendió.

—OoO—

Bajé la palanca, e inmediatamente, helado de vainilla emergió de la máquina. Comencé a darle vueltas al cono, formando un perfecto espiral dulce que terminaba en una punta, me incliné hacia la barra de agregados y con cuidado le añadí maní. Envolví el cucurucho de galleta en un par de servilletas y lo dejé en un soporte de cartón, hice lo mismo con otro.

Me volví al mostrador, saqué una bandeja, coloqué el pedido encima y se la entregué a un tipo que venía de la mano con una castaña en plan de cita.

—Gracias, vuelvan pronto. -Dije, y sonreí notando la sonrojada mirada que me dedicaba la chica.

Hoy me sentía de estupendo humor, quizás deberían regalarme una moto todos los días. Claro que todavía tenía que aprender a manejar y conseguir mi licencia, pero conociéndome, lo tendré resuelto en menos de una semana. Además, Leo se había ofrecido a enseñarme.

Se retiraron hacia sus asientos, y una señora mayor acompañada de dos niños, les siguieron. Uno de los críos me pasó el recibo, yo lo sellé y entregué de vuelta, grabándome mentalmente el pedido.

Ágilmente serví dos tinitas de chocolate, con sirope y chispas de chocolate también, y una barquilla de vainilla con sirope de fresa, haciendo el mismo aburrido procedimiento anterior. Cada jodido tipo de helado con su respectivo recipiente tenía un nombre creativo en este lugar, como Delitina sencilla, mixta, o el Conolisioso de una o dos bolas. Como sea, yo estaba demasiado lejos de interesarme en aprenderlos.

Hoy, serviría helado.

Mañana, conquistaría el mundo.

Atendí pedido tras pedido, pensando en cualquier otra cosa que no me recordase lo patético que era estar allí. Soy consciente de que esto solo es un escalafón más por subir antes de ir a la universidad cuando comience un nuevo semestre, pero, Dios Santo, a veces es endiabladamente insoportable tener que tratar con público.

A las once con treinta minutos, dejé de lado mis labores y salí de la tienda en mi hora de receso. Compré una hamburguesa con sus respectivas papas fritas y bebida en el establecimiento de al lado, y me encaminé hasta el ascensor, huyendo de las personas. Cuando las puertas de este se abrieron, me encontré de lleno con unas escaleras que subí sin vacilar.

Al final de mi encrucijada, una brisa que comenzaba a ser más fresca hizo volar mi cabello, y me ví rodeado por todos lados con la vista de la ciudad, este era un pequeño agujero que muy pocos conocían.

Miré la hora de mi móvil, todavía tenía cuarenta minutos. Tomé asiento en un banquillo de concreto y admiré la impresionante vista mientras devoraba mi almuerzo, e inevitablemente caí en el tema profano.

Desde hace dieciséis días no veo a Sami.

Sinceramente, si me preguntasen aquí, y ahora, por qué evité que fuese atropellada, no tendría a la mano una respuesta que no me hiciese querer golpearme. Lo primero que me pasó por la cabeza durante ese instante, es que no quería que ella acabase así, no quería que muriera a manos de nadie cuando era totalmente mía.

Ese pensamiento me espantaba. Se suponía que había cambiado, y sabía bien que aquello se trataba inequívocamente de Oscuro.

Pude haberla dejado allí en medio de aquella vía, y listo, problema solucionado. Pero claro que no lo hice, tuve que intervenir y poner por encima de todo este instinto de macho posesivo. De haberme detenido, no tendría que soportar el inagotable mal humor de Oscuro por volver a verla, ni tampoco este presentimiento en mi pecho de que algo va a sucederle.

Comienzo a sentirme como un maldito médium, y no es que me preocupase por aquella imbécil, bueno, en parte sí. Principalmente, no quería ser condenado por ello de no tener una coartada válida. Los demás motivos no tenían valor, salvo para Oscuro.

Solamente debía llegar y dejarle en claro que no fui yo quien entró a su casa. Joder. Solo debía aclararle eso e irme.

Por lo tanto, ya habiéndola confrontado, -Por más poco exitoso que haya sido- he decidido dejar atrás todo el asunto de involucrarme, pues no estaba seguro de que lo hacía porque en verdad temo por mi jóven trasero y su bienestar, o es todo tan solo una bien elaborada excusa para acercarme cada vez más y hacerle cada una de las cosas que juré, en esta vida no sucederían.

Saqué mi libreta -Nueva- tras haber terminado de comer. La abrí en la última página, saqué un lápiz y continúe con mi dibujo del paisaje de edificios frente a mí, tratando, inútilmente, de ignorar el retrato que hace noches había hecho de Samanta y que descansaba culposamente en la página de al lado.

ObsessionWhere stories live. Discover now