Capítulo 18: Después de un partido

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Luka.

Bostecé, con tantas ganas de seguir aquí como de meterme un tiro. Sentado en medio de un rio de estudiantes, no pude evitar el cuestionar lo ridículo que era permanecer allí.

Ahora mismo podría estar en cualquier bar de la ciudad seduciendo a alguna chica tonta de grandes senos. Pero no, señores, heme aquí, congelándome el culo en este frío banco.

¿Qué estoy haciendo?

Yo tampoco dejo de hacerme esa pregunta.

Sé que dije hace unos días que la dejaría en paz definitivamente y que también dejaría pasar lo que tuviera que pasar. Pero joder. Ese mensaje era una maldita invitación.

Mientras charlaba con Sami recibí el mensaje de un número desconocido que no me di a la tarea de revisar sino hasta que salí de mi turno.

-Mañana hay juego.

¿Quién crees que terminará en el suelo? -

Sonaba estúpidamente a una poesia, ridículo, más bien. Era una provocación de colega a colega. Lo sabía. Sabía tan pero tan jodidamente bien que esto era una trampa que no pude evitar sentir deseos de ir, aún cuando su intento de intimidación me parecía más que lamentable y patético.

Tenía que hacerlo. Tenía que acabar con todo este teatro de una buena vez.¿Alguien le enviaba textos a Sami acosándola? ¿La espiaban? De ser así el asunto era más serio de lo que parecía. Me intriga lo bien informado que estaba con respecto a mí, supuse que si había conseguido mi dirección, el número de mi móvil no haría una gran diferencia; sin embargo, no por eso dejaba de inquietarme cuál sería su fuente.

Claro que, muy distinto a lo que el idiota de L pensaba, yo era más listo que él. Sabía que estaba ahí cuando salí del trabajo al otro día. Subí a mi moto aún consciente de eso y me dirigí a mi hogar.

Había esperado lo suficiente antes de saltar al patio de Martha y pedirle que me prestase su coche. Era una ventaja que a la vieja le molestase la luz del sol y hubiese oscurecido los cristales del auto. Pues, al salir por el garaje, el mismo vehículo negro estaba allí.

Ahora, luciendo un ridículo mohicano morado a juego con unas gafas astronómicamente grandes, planeaba ser solo un tarado más de los de mi alrededor. El partido había dado inicio y yo trataba de dar con la mirada con Sami. Ahora sí, sospechaba que aquello sería imposible.

La cancha de su instituto era inmensa, terrorificamente inmensa. Los jugadores del equipo de fútbol de traje morado, los Viquingos, eran los de la casa y estaban siendo animados fervientemente por un grupo de animadoras con diminutos trajes. El lugar olía a comida chatarra, loción, crema para espinillas y se respiraba una euforia tal como si estuviese en juego un mundial de fut. Casi me contagiaban el ánimo. Casi.

—Disculpa. -Me giré en ese instante. Delante de mí estaba un rubio absurdamente sonriente. —¿Te gustaría hacer una donación por Abraham? -Fue entonces cuando, con un gesto de su mano, señaló a la chica que estaba detrás suyo y que hasta ese instante había pasado por alto.

Sostuve el aliento, llenándome con la deliciosa sorpresa de que Sami hubiese llegado a mí por sus propios pies.

Su cabellera castaña le volaba libre sobre la espalda, y había atado su blusa en la parte de atrás, dejándome disfrutar de su recién descubierto plano abdomen.

Oscuro, por su lado, se encontraba igual de fascinado con la vista. Su voz, su voz era tan alta que no me permitía escuchar al rubio.

Sami me devolvió una sonrisa pequeña y apenada, sus mejillas estaban sonrosadas de manera exquisita. Era una ventaja que estos lentes me tapasen el rostro.

ObsessionWhere stories live. Discover now