Parte 7

270K 26.3K 1.9K
                                    


—¿Mama? —gemí esperando que volviera a reaccionar o al menos una señal

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

—¿Mama? —gemí esperando que volviera a reaccionar o al menos una señal.

—¿Prínsipe? (¿Príncipe?) —la oí susurrar—, ¿Con Cahtillo y tó? (¿Con castillo y todo?)—Cualquiera diría por su tono de voz que parecía estar soñando.

—¡Y yo que sé! —grité. Como si lo que me preocupara en aquellos momentos era un maldito castillo, ¿Lo tendría?, ¿Viviría en un castillo y toda la mariquinienta de lazos, cojines de tafetán, alfombras persas...? Para el carro guapita de cara que esto no es real. No – es – real. No – es – real. No – es – real. Y seguí repitiéndomelo como un mantra hasta que escuché la voz de mi madre.

—¡Vera tu cuando se lo diga la Mercede!, ¡Y la Jacinta!, ¡Y la Paquita!, ¡Y la Agu... (¡Verás tú cuando se lo diga a Mercedes!, ¡Y a Jacinta!, ¡Y a Paquita!, ¡Y a Agu...)

—¡Y de paso tó el pueblo! (Y de paso a todo el pueblo)—le grité. Hace un momento me tacha de drogadicta y ahora le quiere contar a todo el mundo que me he casao... no hay quien entienda a las madres, será por eso que el instinto maternal no me llega—. No le vas a contar a nadie nada mamá, ¿Entendido?

—¿Qué é to este tinglao que hay aquí montao niña? (¿Qué es todo este lio que hay aquí montado niña?) —escuché la voz de mi padre a lo lejos.

—¡Migueeeeeee! (¡Miguel!)—chilló mi madre—. ¡Que la niña se nos ha casao con un prínsipeeeeeeee! (¡Que la niña se ha casado con un príncipe!) —la oí gritar.

Le ha faltao tiempo vamos... antes se lo digo, antes lo suelta.

—¿Qué la niña qué? —escuché la voz de mi padre ahora más cerca y después como discutía con mi madre en lo que suponía le quitaba el teléfono.

—¿Qué é eso que dise tu madre de que tas casao? (¿Qué es eso que dice tu madre de que te has casado?) —Su voz me enfundaba respeto. Era seria y podía casi jurar que tenía el ceño fruncido.

—Papá, es muy largo de contar —mentí. Porque se podía resumir en dos palabras "Me emborraché". Pero prefería tener una historia mejor que contar que aquella—. Y te tengo que dejar porque debo coger un vuelo, me han dicho que las personas que hay ahí os contarán todo

Y allí estaba yo tres horas después bajándome de un avión privado y entrando en una limusina que supuestamente me llevaría hasta la familia de "linchentes" —soy incapaz de recordar el nombrajo extraño ese que la amargada no paraba de repetir, quizá por eso era incapaz de recordarlo— y como ni me habían dejado darme una ducha por falta de tiempo, seguía con mi funesto chandal macarra llamativo.

Mi movil había desaparecido junto a mis pertenencias, ni tan siquiera llevaba mi bolso con mi documentación, ¿Sería para que no me escapara? Probablemente. No hablé con nadie durante el camino porque aquellos dos que me habían acompañado desde el principio no paraban de teclear el móvil o hablar por telefono.

—Hemos llegado —habló Amara sin soltar el telefono pero observándome con el ceño fruncido.

Bajé de la limusina y sentí el aire fresco, mucho más fresco que en Madrid a pesar de estar en primavera, incluso me estremecí pero es que yo era demasiado friolera, todo hay que admitirlo. El frío me hizo ser consciente del lugar.

—Ay mi madre... —susurré. Aquello no podía ser real, ¡Tenía un Castillo! Y no uno cualquiera... ¡Era un Castillo enorme! Creo que si mi madre lo ve si que le da un soponcio de los buenos... eso y se mete de ocupa a vivir allí, dicho sea de paso.

La cosa no mejoró cuando accedí al interior; el mármol, los frescos, las bóvedas, las estatuas, el lujo de aquel lugar era grandioso e innato. Si había algo que desentonara con el lugar, solo era yo, no pegaba ni con cola.

—Pase —indicó Dustin—. Su alteza la llegará enseguida.

—¿Su alteza? —susurré aterrada—. ¿A quién se refería?, ¿Al buenorro alemán?, ¿iba a verle?

—Así es. —No me contestó pero sí que me empujó hacia el interior de una sala y cerró la puerta casi en mis narices.

Me giré pero allí no había nadie. Estaba sola, al menos temporalmente en lo que parecía ser un despacho, o biblioteca a juzgar por la mesa de color caoba que había en mitad de la sala sobra una enorme alfombra y las estanterías abarrotadas de libros que había detrás de ella.

Por las ventanas se filtraba poca luz. Ni siquiera tenía idea sobre qué hora sería, había objetos que llamaban poderosamente mi atención por todas partes sobre pequeñas mesas y descubrí un pequeño rinconcito que parecía el lugar perfecto para una hermosa tarde lluviosa de lectura.

La puerta se abrió en ese momento y me giré instantáneamente. Una figura masculina perfectamente trajeada apareció como una visión a mi vista. ¡Oh Dios mío! Acababa de mojar mis bragas, ¡Mierda!, ¡No llevo bragas!

—Buenas tardes, Celeste. Nos volvemos a ver. —Habló el dios de dioses. ¿Por qué no lo recordaba tan guapo en mis vagos recuerdos? ¡Joder, joder, joder! ¡Y yo con unas pintas de loca salida del manicomio!

—Y yo que pensaba que no me llamarías... —Fue lo único que se me ocurrió contestar.


 —Fue lo único que se me ocurrió contestar

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
De Plebeya a Princesa Where stories live. Discover now