Parte 13

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¡He vuelto mis pequeñinas florecillas!


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Pasé el resto de la tarde con Jefrid, recorriendo aquel enorme palacio

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Pasé el resto de la tarde con Jefrid, recorriendo aquel enorme palacio. Si, definitivamente me iban a tener que amputar los pies al día siguiente porque ya ni me los sentía —y eso que hice gran parte del recorrido que pude o más bien él me permitió, descalza—, aquello era una tortura china, no me preguntéis como no me desmayé entre la hambruna, tantas horas caminando y esos tacones malditos, no sé como sobreviví... con lo agusto que estaba yo en el sofá de mi casa todas las tardes viendo mi novela de televisión española del año la pera y con las palomitas recién hechas del microondas que inundaban de olor todo mi piso —que como no era muy grande que digamos no es que fuera muy complicao, era un "quítate tú pa que pase yo"—, quien me diría a mi que iba a pasar penurias en un palacio, ¡Y seguro que más de una me envidiaba y tó! Ofú... allí lo único que merecía la pena era ese príncipe guapo que estaba para mojar sopas y lo que no eran sopas, aunque también la cama... no podía quejarme de haber dormido mal, ¡Ains!, ¡Si pudiera juntar a ambos!

—¡Señorita Abrantes! —escuché de pronto como gritaban mi nombre.

—¿Qué?, ¿Sí?, ¿Cómo? —Eso me pasa por soñar despierta, pero es que yo con hambre no soy persona, solo soy un bulto con ojos que no razona... bueno, he de admitir que eso también me pasa cuando tengo delante a un tío tan bueno como el príncipe para que mentir.

—Le decía que debe ir a su habitación a cambiarse para la cena.

—¿Tengo que cambiarme para ir a cenar? —dije extrañada.

En ese momento pensé alzar el brazo para olerme, tampoco es que hubiera sudado mucho a pesar de que habíamos andado bastante, pero fue a un paso tan lento mientras Jefrid hablaba que dudaba mucho de que ni tan siquiera hubiera salido una gota de sudor de mi cuerpo, es más, tuve hasta frío y todo por aquellas salas palaciegas enormes y vacías.

—Por supuesto que debe hacerlo señorita. Sería una falta de educación si no lo hiciera.

¿Ir con la misma ropa al almuerzo y a la cena es una falta de educación? Alcé una ceja. ¿Enserio?, ¿De verdad que no me estaba tomando el pelo por ser una pardilla con todo aquello? Mejor no pregunto que puede que me tache de "cerda" por no querer ducharme y no es que hubiera empezado con muy buen pie que digamos. Además, no iba a rechazar una ducha calentita cuando precisamente mis pies estarían más que agradecidos por ello.

Por mi, hubiera ido en zapatillas y con el chándal choni a la cena del dolor de pies que tenía pero habían desaparecido, esfumado, vamos... que me los habían quitado del medio en una palabra para que no me los pusiera y en su lugar, lo único plano que allí había eran unas tristes zapatillas de andar por casa. Seamos sinceros, lo intenté, era una cena "familiar", ¿no?, ¿qué más daría? Pero Jefrid no me dejó pasar de la puerta... si no fuese por el hambre que tenía, le daban bien por saco a la maldita cena, la reina y periquillo el de los palotes ya puestos.

Para mi sorpresa, ni el rey, ni el príncipe cenaban esa noche en palacio debido a un compromiso formal, se ausentarían. Me pregunté si eso sería algo habitual o no, probablemente Bohdan viajaría con bastante frecuencia. Era una pena, porque lo único bueno de aquella cena, habrían sido las vistas hacia ese rubio guapísimo... ya que lo que es la comida... iba a ser que no.

—¿Has visto ya el ala sureste de palacio? —preguntó de pronto la pequeña Margarita.

—Pues no sabría... —¿Lo había visto? Como para orientarse en aquel sitio, que ni tan siquiera me encontraba a mi misma como para saber donde estaba el norte

—¡Que te tengo dicho mientras estas a la mesa! —refunfuñó aquella bruja amargada con cara de mustia. En serio, ¿Era siempre así?, ¿Hasta con su propia hija? Y pensar que creía que solo era así conmigo.

—Si madre —replicó la pequeña de forma que hasta me dio pena.

—No se habla durante la cena si no hay nada interesante que decir —añadió aquella bruja rubia y entendí perfectamente que el resto de aquella —esperaba que corta— cena no se hablaría.

Lo que sí sé es que aquella horrible cena terminó y el consomé de verduras con el triste lenguado a mi no me llenaron el boquete que tenía en el estómago. ¡Donde estaba el jamón de mi padre!, ¡Y la tortilla de papas de mi madre!, ¡Ay dios! Estaba tan desesperada que era capaz de comerme el cocido de garbanzos y eso que lo detestaba con todas mis fuerzas.

«¡Dios!, ¡Mátame!, ¡Pero no me hagas sufrir así!»

A las dos de la mañana no lo soporté más y con las panchuflas —zapatillas de andar por casa— que me habían dejado y un camisón fino porque no tenía otra cosa para dormir, me escabullí de la habitación.

—¡La madre que me parió que frío! —chillé cuando llegué a la parte donde intuía que estaba la cocina. Toqué a tientas hasta dar con el interruptor de la luz hasta que por fin aquella enorme cocina se iluminó por completo—. Alabado sea Jesucristo —gemí mientras me frotaba las manos a la espera de los tesoros chocolatiles que esperaba encontrar.

Iba por el quinto mueble y allí no había chocolate ni por asomo, ¿Es que tenían algo en su contra?, ¿Estaba prohibido? Mi esperanza no mermó... ¿Tal vez es que lo tuvieran todo junto en un único mueble? Había terminado de inspeccionar con los estantes bajos por lo que solo podía estar en los que no llegaban a mi alcance.

Cogí uno de los taburetes que había por allí, eran algo endebles, pero no había donde elegir, por lo que me subí y comencé a rebuscar por el fondo de aquellos armarios en los que casi todo era comida enlatada.

—¿Buscas algo? —El sonido de aquella voz me sobresaltó de tal forma que di un brinco del asiento y se escuchó como se partía de forma que perdí el equilibro.

Iba a caerme, iba a darme de bruces contra el suelo, pero cuando el golpe no llegó, ¿No llegó? Miré el suelo que estaba a poca distancia y entonces me percaté de que alguien me tenía sostenía en vilo. Volví la vista para encontrarme con esos ojos de un azul profundo brillantes, ese cabello tan pulcramente peinado, ¡Ay no!, El topetazo que me había dado era tan grande que me había desmayado... era imposible que ese príncipe me tuviera sujetada entre sus brazos.


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