Parte 48

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Durante el desayuno pude notar las miradas mordaces de la muñeca maldita sobre mi

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Durante el desayuno pude notar las miradas mordaces de la muñeca maldita sobre mi.

«Si las miradas mataran, creo que estaría más que fulminada» Parecía que lanzaba rayos x, solo le faltaba que tuvieran color rojo, pero para su desgracia, me había reído en su cara y me limité a tomar mi desayuno con nutella más feliz que una perdiz.

«Mira, mira y aprende palillo tetudo. Tomate tu mierdi-soja y tu triste tosta integral que no sabe a ná que Bohdan prefiere mi celulitis antes que tu insípido culo huesudo»

Margarita se fue a sus clases particulares cuando se acabó el desayuno y como habían pasado días desde que dejaron de enseñarme "el infernoso protocolo" real, supuse que me habían dado por un caso perdido y busqué a Jefrid para ver si él me podía indicar quien era el responsable de devolverme mi ordenador. Bohdan me había dicho que no había problema siempre y cuando no tuviera conexión a internet y para escribir no la necesitaba. Al menos encontraría ocupación mientras estaba allí y con la idea de que igual podía ver al fin mis libros publicados —obviando el hecho de que fuera enchufe total—, tenía mi motivación por las nubes.

Vale, acepto que parte de esa motivación era por saber que cierto príncipe me había preferido por encima de cierta rubia siliconada perdía con cuerpo perfecto. Decidme, ¿Quién no se siente la puñetera ama del mundo si te pasa algo así? Vamos... nadie me iba a quitar mi regocijo de sentirme triunfante durante al menos lo que restaba de día.

—Señorita Abrantes —dijo Jefrid en cuanto me vio aparecer.

Me había costado una hora dando vueltas por palacio encontrarle.

—¡Aleluya! —exclamé—. ¿Te estabas escondiendo o qué? —gemí.

—¿Esconderme?, ¿Por qué debería hacerlo? —preguntó confuso.

Desde luego esta gente lo de los dobles sentidos lo lleva muy mal, me parece que nacieron con una tara por nacimiento.

—Nada —bufé—. Te quería preguntar una cosa, ¿Sabes donde puedo conseguir que me devuelvan mi ordenador?

—Devolví su ordenador esta mañana a su habitación, señorita Abrantes. Su excelencia me pidió expresamente que me encargara de ello.

¿Y para eso me tiro yo una hora buscándote? Me faltó decir pero creo que con mi cara lo dije todo.

—Pues entonces me vuelvo a mis "aposentos" —dije con voz dramatical.

—¡Espere señorita! —dijo antes de que me diera la vuelta del todo—. Iba a ir a buscarla en media hora porque debe comenzar sus clases de baile.

—¿Clases de baile?, ¿Para qué? —exclamé.

—Para la celebración del bicentenario por supuesto.

—¡Ah! —dije como si comprendiera todo pero no comprendía un pepino—. Pero si yo no voy a bailar... —añadí en voz neutra.

—Todos lo harán señorita, por eso debe saber el protocolo de baile real.

Mas protocolos... ¡Cómo no! Bueno, seguro que era uno de esos "lentos", tampoco es que fuera tan complicado.

—Venga vale..., ¿Dónde tengo que ir? —contesté sometiéndome a aquello. Igual hasta me divertía y todo... aunque ya estaba vislumbrando al carcamal que me iba a enseñar el "baile real" e incluso me estaba mareando con la colonia pestosa que probablemente llevaría.

Jefrid me acompañó hasta uno de los salones y me pidió que esperase. Era enorme, gigantesco y tan desamueblado que no tenía ni una triste silla en la que sentarse. Completamente iluminado por grandes ventanales por los que traspasaba la luz matinal y unos techos de al menos ocho metros de altura abovedados.

La sala era tan grande que cada uno de mis pasos con aquellos zapatos resonaba  debido al eco que se producía. Debido al silencio sepulcral, supe exactamente cuando se abrió la puerta y escuché unos pasos firmes. No eran tacones de mujer, sino zapatos de hombre por su forma de caminar. Me giré y estaba a demasiada distancia como para verle nítidamente pero hasta desde donde me encontraba pude adivinar que parecía joven. Seguro que a cada paso que diera le salía una arruga, pero no. Era un chico joven, ¡Y madre del amor hermoso que bueno que estaba! Vestido con un pantalón oscuro y camisa clara, se deshizo de la chaqueta que llevaba dejándola sobre una mesa en la que había ¿Un tocadiscos?, Ni tan siquiera lo había visto cuando entré.

—Buenos días señorita Abrantes —dijo volviéndose hacia mi y evaluándome completamente.

Sus ojos verdes eran chispeantes y ese cabello castaño claro le daba un aire seductor. Estaba a años luz de ser Bohdan, pero podía ser un perfecto premio de consolación en otro momento de no haber conocido al príncipe primero.

—Buenos días —contesté y me sonrió con unos dientes blancos, perfectos y cualquiera diría que postizos porque nadie tenía unos dientes así de forma natural —seamos sinceros, ¿Quién no tiene un diente un poco torcido? —, para ser reales.

—Mi nombre es Dietrich y seré quien le enseñe a bailar un vals real —confirmó lo que hasta ahora sabía.

—¿No eres demasiado joven para enseñarme un vals real? —pregunté por romper un poco el hielo.

—¿Joven? —exclamó.

—Bueno, si te soy sincera esperé encontrarme a alguien de no menos de sesenta años cuando venía hacia aquí. Dudaba que alguien de menos de esa edad supiera siquiera lo que era el vals.

—Si quiere puedo decirle a mi abuelo que venga —contestó con un amago de sonrisa—. Aunque tendría que ser paciente con su artritis de rodilla.

En ese momento mi carcajada sonó en aquel enorme salón y el tal Dietrich también sonrió.

—Me conformaré contigo entonces, pero si hago el ridículo será culpa tuya —alegué.

—Asumiré toda mi responsabilidad —dijo llevándose una mano al pecho con cierto aire fingido—. Pero cuando termine con usted, bailará el vals mejor que la mismísima reina.

—Eso lo dudo mucho, no pienso tragarme ningún palo de escoba para estar tan recta, pero con tal de no caerme me doy por satisfecha.

Y en ese momento las risas que inundaron el gran salón o fueron las mías sino las del tal Dietrich.

«Pues mira tu... que no estaba nada mal el chico no, pero que nada mal»

 que no estaba nada mal el chico no, pero que nada mal»

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De Plebeya a Princesa Where stories live. Discover now