Parte 22

243K 25.2K 2.6K
                                    

¡Que disfrutes de la lectura bella flor!

Besitoooos!!!

Subí a la habitación a cambiarme para ir a "montar" porque con vestidito ajustado y tacones no es que me viera yo sentándome a horcajadas, mas que nada porque con eso no podía ni abrirme de piernas para separar los muslos

Ops! Esta imagem não segue as nossas directrizes de conteúdo. Para continuares a publicar, por favor, remova-a ou carrega uma imagem diferente.

Subí a la habitación a cambiarme para ir a "montar" porque con vestidito ajustado y tacones no es que me viera yo sentándome a horcajadas, mas que nada porque con eso no podía ni abrirme de piernas para separar los muslos.

Empecé a revisar el guardarropa en búsqueda de algo que me sirviera, pero allí solo había vestidos, ¿Quién narices había elegido esa ropa para no pensar en unos malditos vaqueros?, ¡Solo pedía unos!, Ni que quisiera un regimiento...

—Unas mallas —susurré cuando encontré la ropa de deporte—. Bueno, al menos eso era mejor que un vestidito floreado en tono pastel.

Iba tan feliz por los pasillos sintiéndome ligera por llevar unas mallas y zapatillas de deporte en lugar de esos insoportables tacones y vestidos de los últimos días que unido al hecho de que iba a pasar un rato con el rubiazo de ojos azules casi se me olvidaba a lo que me iba a enfrentar.

Tampoco sería para tanto, ¿no?

Salí por la puerta y caí en la cuenta de que no sabía a donde demonios tenía que ir.

—¡Jefrid! —grité al verle llevando una bandeja hacia alguna parte.

—¿Sí señorita Abrantes? —contestó servicialmente.

—¿Dónde están los caballos? —pregunté.

—¿A qué caballos se refieren?, si habla de la exposición de...

—A los que se mueven y trotan —dije haciendo el gesto, algo que hizo que Jefrid me mirara como si estuviera loca.

—Se refiere a los establos —respondió comprendiendo.

—¡Eso!, ¡Establos! —exclamé porque desconocía la palabra.

—Están en el ala noreste, junto al estanque.

—¡Gracias Jefrid! —contesté mientras salía corriendo y entonces me di cuenta que yo tenía menos orientación que un pato mareao.

A ver... el norte está.... ¡A la mierda... me va a tocar recorrer todo el perímetro!

Cuando por fin llegué hasta los malditos establos vi al príncipe hablando con un hombre algo mayor, conforme me acercaba supuse que sería uno de los trabajadores.

—¡Buenos días! —dije con cierta falta de aliento por la paliza de correr que me acababa de dar.

—¿Y tu ropa de montar? —contestó nada más verme.

—¿Ropa de montar? —gemí—. Era esto o un vestido de esos que se repiten variando color en mi armario —respondí encogiéndome de hombros.

—Tal vez no tuvieron en cuenta que practicaras equitación, pero lo mencionaré para que te administren ropa adecuada.

De Plebeya a Princesa Onde as histórias ganham vida. Descobre agora