Parte 51

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¡Mañana tenemos baile!

¡Oh yeah!

Saquen sus mejores vestidos de gala bellas florecillas!!!!


—Otra vez —dije con las gotas de sudor que empapaban la camiseta de los Beatles  que le he había pedido a Dietrich como favor de que me trajera —no es que le pidiera expresamente que fuera de esa temática para ser sincera, pero a caballo regalao n...

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—Otra vez —dije con las gotas de sudor que empapaban la camiseta de los Beatles  que le he había pedido a Dietrich como favor de que me trajera —no es que le pidiera expresamente que fuera de esa temática para ser sincera, pero a caballo regalao no se le mira el diente — puesto que con aquellos vestidos siesos de princesita no estaba dispuesta a ensayar tantas horas.

—Te puedo asegurar que lo haces lo suficientemente bien Celeste, deberías descansar. El baile es mañana y si te fuerzas más, todos estos ensayos no valdrán para nada —me contestó serio.

Me había "literalmente" matao a ensayar el puñetero vals de las narices, porque a cabezonería no me gana nadie y debo reconocer que estaba satisfecha con el resultado, pero todavía no me sentía conforme. No me terminaba de acostumbrar que después de tanto giro sobre mi misma, me alzara sin marearme.

—Suficiente no es perfecto —dije mientras me dirigía al tocadiscos para que volviera a empezar.

—A este paso el que tendrá agujetas seré yo... —le oí gemir.

—¡Vamos "tiquismiquis"! —exclamé en un perfecto español que supe no entendería—, ¿O tendré que llamar a tu abuelo que seguro que hasta con la artritis es capaz de seguir el ritmo?

Le oí reír

—¿Me vas a decir que es "tiquismiquis"? —contestó cuando volví.

—Solo si consigo no marearme después del porté que viene tras los giros —contesté convincente mientras me colocaba frente a él en posición.

—Mírame a los ojos todo el tiempo. Sé que es complicado con los giros, pero no pierdas de vista los ojos de tu pareja de baile, así evitarás marearte con lo que hay a tu alrededor.

Al final terminamos a las doce de la noche —porque sí, me salté la cena—, asaltando el almacén de comida y nos llevamos todo lo que pillamos entre risas a la cocina donde al menos había banquetas para sentarnos.

—¿Seguro que no tienes que irte? —pregunté por asegurarme.

En el momento que le había dicho las increíbles ganas que tenía de nutella con pan, el muy goloso me copió la idea y me persiguió hasta el almacén, o más bien yo le perseguí a él porque me perdí y por razones desconocidas él sabía donde estaba. Intuí que habría trabajado allí en alguna ocasión o era asiduo a frecuentar palacio.

—No. Además, no vivo muy lejos de aquí —contestó mientras se untaba delicadamente la rebanada de pan con nutella y yo era tan ansiosa que metía directamente el pan hecho bolitas en el botecito bajo su atenta mirada.

De Plebeya a Princesa Where stories live. Discover now