Parte 91

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La estancia de mis padres en Liechtenstein se me hizo tan breve que apenas fui consciente de ello, lo cierto es que no sabía cuánto iba a agradecer que vinieran para sentirme un poco más querida en aquel palacio, aunque saber que tanto el rey como la infanta Margarita me apreciaban dentro de aquella familia compensaba el hecho de que ahora volvía a quedarme sola y ser de nuevo la extranjera intrusa que había entrado en la vida del príncipe.

Aunque su marcha me produjera en cierta forma nostalgia, tenía muy presente que pronto regresaría a España, pronto todo aquello se acabaría y de hecho empezaba a asustarme realmente de como iba a afrontar cuando estuviera lejos de allí, que todo se habría acabado y que no volvería a ver más esos ojos azules al despertar.

No había vuelto a tocar el tema de Dietrich y la víbora muñeca hinchable con Bohdan, en parte podía entender que ellos eran sus primos, personas que llevaban años en su vida y era comprensible que no pensara mal de ellos, al menos no lo suficiente como para tramar una conspiración contra mi solo para perjudicarme.

«Ingenuo» pensé.

Pero no le culpaba, quizá si estuviera en la misma situación podría pensar de la misma manera, aunque vamos... me dicen algo así de la aceituna amargada de mi prima Olivia y me lo creo... ¡Dios!, ¿Cómo era posible que la muy condenada se atreviera a injuriar a Bohdan de aquel modo?

Uno no puede elegir a su familia por desgracia. Al parecer mi madre no sabía mucho más que mi hermana del tema y aquello era algo que había estado posponiendo hablar con Bohdan por simple y llana vergüenza ajena de que mi propia prima me hiciera aquello, o bueno... a él, pero me sentía igualmente culpable porque yo le llevé hasta allí.

Fui hasta la cocina porque tenía demasiada sed y necesitaba beber agua fresca, así que cuando abrí la nevera de aquella inmensa nevera y vi la limonada, pensé que no pasaría nada si me bebía un poquito... o unos cuantos litros ya que estaba.

—¿Te puedo acompañar? —escuché mientras sacaba la jarra pesada de la nevera a mis espaldas y del susto comenzó a escurrírseme entre los dedos pero por suerte, unas fuertes manos la agarraron antes de que se me cayera al suelo.

—Dietrich —gemí reconociéndole.

—No pretendía asustarte Celeste, solo vine a disculparme.

—¿Disculparte? —exclamé mirándole con el ceño fruncido.

«No me fio un pelo de ti, malnacido»

—Entendí a raíz del último encuentro que tuvimos que no tengo nada que hacer, así que asumí mi derrota y solo me queda esperar que me brindes tu amistad aunque no la merezca.

«Ya... y si fueras pinocho ahora mismo tu nariz sería un puente de ocho metros de largo»

—¿Ahora quieres ser mi amigo? —pregunté con ironía.

—Si vas a ser parte de la familia, deseo que nos llevemos bien por mi primo —alegó astutamente.

—¿Crees de verdad que a tu primo le gustaría que nos lleváramos bien después de que te hubiera encontrado con sus ex en circunstancias no tan agradables para él? —exclamé en el mismo tono de ironía.

—Tal vez solo pretenda redimirme de mis pecados y aceptar que en ésta ocasión, él ha ganado el mejor premio.

Algo dentro de mi me decía o más bien me gritaba que me largara de allí por patas, puesto que sabía que aquella confesión era más falsa que las tetas de la muñeca maldita, pero si quería pruebas, si quería demostrarle a Bohdan lo que esos dos ocultaban no podía hacerlo.

—Está bien —dije tratando de ser firme, porque de bien no había nada... no pensaba ser ni su amiga, ni su confidente, ni su nada.

—Entonces tomémonos esa limonada para celebrarlo —dijo sonriente y en esa sonrisa supe que estaba nervioso.

De Plebeya a Princesa Where stories live. Discover now