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Cada vez que mira por la ventana durante los siguientes días el clima parecía igual de gris que su interior. Se preguntaba a si mismo si la naturaleza era capaz de leer su mente, porque todo se sentía igual de triste como el mismo y no tenía idea de si aquello era algo bueno o solo una razón más por la que paulatinamente se volvería infeliz para siempre.

Jimin creía que se estaba perdiendo a si mismo.

Ni siquiera los tiernos besos de cachorro que Baekdu dejaba en su mejilla por las mañanas parecían poder sanar aquella amargura que traía dentro de sí. Había dejado de insistir en ver a Jungkook y tan solo se dejó caer sobre su cama enterrándose allí por días completos en los que solo podía mirar hacia el techo de su habitación mientras se cuestionaba qué era lo que había salido mal y como algo que parecía ser tan sólido y perfecto había desaparecido de su vida como por arte de magia.

Faltaba muy poco para el juicio y la decisión que definiría el rumbo que tomaría su vida desde ahora en adelante. El estomago le daba vueltas al igual que su mente, no creía estar preparado, pero tenía claro que aquello no le ayudaría a detener el proceso. Solo le quedaba resignarse y rogarle al universo para que la balanza de la justicia se inclinase hacia su madre. Lo único que deseaba en ese minuto era quedarse al lado de la mujer que fue su pilar durante años porque no se sentía capaz de seguir adelante sin ayuda de al menos una persona que le quisiera.

Siempre pensó que cuando uno deseaba algo con todo el corazón no debía rendirse ante ello, sino luchar porque esa era la única forma en que los sueños se podrían volver realidad ante tus ojos. Luchó por ser quien era y luchó durante muchos años para aceptarse a si mismo, eso había funcionado al menos hasta ahora. Por eso intentó luchar por Jungkook de igual manera y hasta mucho más fuerte, pero todos los intentos que hizo ni siquiera fueron capaces de conseguirle una audiencia con el chico que se negaba a dirigirle la palabra. Una parte de él lo entendía porque nadie podía vivir protegiendo a una persona día y noche sin cansarse en absoluto, pero había otra parte que gritaba desesperada dentro de él que aún existía una oportunidad para arreglarlo todo.

Jimin ya no quería escuchar a esa voz.

Su somnolientos pensamientos fueron interrumpidos por la vibración de su teléfono sobre la mesita de noche y sin siquiera haber mirado la pantalla del aparato supo de inmediato que se trataba de su madre. Park Youngmin se había acostumbrado desde el día de la golpiza a llamarlo después de que su horario de trabajo terminase para saber como estaba y avisarle que dentro de poco estaría en casa. Jimin al principio se sentía algo sofocado con las atenciones de su madre, pero últimamente parecía que aquello era lo único que podía reconfortarlo al menos un poco para no sentirse tan frío por dentro.

De inmediato deslizo el dedo hacia un costado para contestar e intentó que su voz no sonase tan desolada antes de hablar.

- Hola, mamá. ¿Cómo va todo?

Podía escuchar los tacones de su madre en el cemento y los ruidos de la ciudad a su alrededor. Ya casi había olvidado lo que se sentía estar afuera como una persona normal. Las únicas veces en las que dejaba su casa era para ir hasta el departamento de Jungkook y preguntar si se encontraba allí, y a decir verdad estaba más preocupado de mantener la compostura que de fijarse en el paisaje que le rodeaba... ¿En eso se había convertido?

-Hola, cariño. Todo bien, bastante trabajo. ¿Tu como haz estado? ¿Necesitas que te lleve algo para acompañar la cena?

No sabe por qué quiere llorar al escuchar la tierna y dulce voz de su madre, pero lo termina haciendo lo bastante bajito para no asustarla. Estaba demasiado sensible y alterable. El juicio le pisaba los talones, Jungkook desapareció de su vida y ya no tenía ganas de seguir luchando. Parecía que todo estaba cayendo a pedazos frente a sus ojos y sabía que no era lo suficientemente fuerte para enfrentarlo todo el solo.

Agridulce ◆ Kookmin ; 국민Donde viven las historias. Descúbrelo ahora