Tres

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Abril, 15. 2016

Oigo la bocina de un coche a mis espaldas, e incluso antes de volverme, ya sé que es él.

Una sonrisa se dibuja instantáneamente en mi cara.

—Hola, enana.— me saluda a través de la ventanilla.

—Hola, feo.— deposito mi mochila en la zona trasera y me subo en el asiento del copiloto.

—Sigues igual de enana.— se burla.

No puedo culparlo, la verdad es que medir un metro y cincuenta y cinco centímetros de estatura, se presta para todo tipo de bromas y sobrenombres, tales como: enana, pitufina, oompa loompa, minion, entre otros menos agradables.

He pasado toda mi vida intentando convencer a la gente de que no me invento la edad, pero rara vez me creen. Para la mayoría, me quedé eternamente atorada en los catorce años, como una especie de Peter Pan fracasado.

—Y tu sigues igual de feo.— le enseño la lengua de manera muy infantil.

Ríe divertido.

—¿Tuviste un buen día?

Omito toda la parte en la que quería morir en clases de biología y asiento de modo ferviente.

No hablamos durante un buen par de minutos. Está muy concentrado en el camino y no quita la vista de la calle, por ningún motivo.

Raimundo es tres años mayor que yo, por eso ya tiene su licencia de conducir más que aprobada, aunque reconozco que en un principio no me daba para nada confianza estar en un carro con él al volante.

Lo contemplo en silencio por un rato. Lleva el cabello más largo que de costumbre, se le riza en la frente y en las sienes como siempre. Y no puedo evitar notar, que su completo rechazo por afeitarse, sigue intacto. Trae la barba de Abraham Lincoln, de la que suelo mofarme.

—¿Estás bien?— su voz me regresa a la realidad.

—¿Qué? Sí, claro.— contesto veloz.

Frunce el ceño poco convencido, mas no añade nada.

Me abofeteo mentalmente. Debo ser más cuidadosa.

Comemos pizza en un pequeño local cercano a un parque, y luego paseamos por este, charlando sobre cosas sin importancia y soltando carcajadas cada dos por tres.

Es muy grato disfrutar de su compañía, no obstante, se vuelve más y más difícil sentirlo tan próximo.

—¿Estás segura de que no tienes nada?— su cuestionamiento me coge de imprevisto.

—Sí, no pasa...— sus ojos se clavan en los míos, buscando la verdad.

Suspiro.

¿Se lo diré? ¿Puedo?

—Anna, ¿qué ocurre?— su mano descansa sobre mi hombro, en un gesto que desea proporcionar tranquilidad.

El corazón me va a mil.

Lo sostengo por la muñeca y lo guío hacia una banca vacía, que se halla refugiada por la sombra de un frondoso árbol.

—Escucha, yo... cometí un error.

—¿Qué hiciste? ¿Vendiste un riñón por internet?

Sonrío débilmente

—Hablo en serio.— afirmo. —Fui una cobarde y ahora me arrepiento profundamente.

Su expresión es expectante, me mira atentamente.

—Tenía miedo de perder esta amistad, pero creo que acabé perdiendo más de lo que salvé.— trago saliva, me sudan las manos de pura histeria. —Sé que tuve la posibilidad de corresponderte en el momento adecuado, y ya no espero que nada cambie, porque tienes tu vida y mereces ser feliz. Pero yo, en serio necesito decirte que... estoy enamorada de ti.

El Océano Entre NosotrosWhere stories live. Discover now