Cuarenta y uno

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Agosto, 28. 2017

Él.

Anna desaloja la salita a toda velocidad. Está visiblemente alterada, y al observarla por la ventana que da hacia el corredor, veo cómo se lleva una mano a la boca, asintiendo reiteradas veces.

—¿Qué sucedió?— pregunta Zoe preocupada.

Meneo la cabeza negativamente.

—¿No deberíamos salir a verla?— cuestiona mi hermana, con la mirada puesta en el mismo lugar que yo.

—Necesita espacio, creo yo— contesto.

Parte de mí quiere ir tras ella para abrazarla y calmarla, pero tampoco deseo entrometerme.

Advierto la vista de Zoe, fija en mí. Choco con ella, en cuanto giro la cabeza hacia el lado.

Arqueo las cejas confundido, pues no estoy captando su mensaje afónico.

Apunta con la mano hacia el exterior, al tiempo que pronuncia las palabras ve por ella sin sonido.

Me rasco la nuca inquieto.

—Bien, ya vengo— digo al aire, dirigiéndome a la salida.

Apenas pongo un pie fuera de la biblioteca, el viento gélido impacta contra mi rostro, obligándome a subir la cremallera de la sudadera que traigo, al máximo.
Estudio mi alrededor atentamente para dar con la chica, hasta que la diviso parada unos metros más allá, con la espalda cargada contra la pared.

En cuanto me aproximo, descubro que hay lágrimas marcadas en sus mejillas, y se apresura en secarlas al toparse conmigo.

—Hey, ¿qué ocurre?

Mueve el cuello de un lado a otro, con los labios apretados.

—Nada, yo solo... soy una pésima amiga— masculla, con voz trémula. Es notorio que se esfuerza por hablar sin llorar.

—Por supuesto que no. ¿Por qué dices eso?

—Porque es cierto, porque mi mejor amiga está en el hospital al borde de la desnutrición, porque ha estado sin comer por meses, y yo jamás me di cuenta— me relata al fin, su voz se rasga, y gotitas de agua huyen por sus orbes.

—Anna— la atraigo resuelto, hacia mi pecho. Suaves sollozos escapan por su garganta, la aprieto entre mis brazos, repasando su espalda despacio.

—No puedo creer que nunca noté que algo estaba mal, es decir, sabía que no lucía bien, pero lo dejé ir porque creí que sería cansancio— se aparta un poco para quitar las lágrimas atoradas bajo sus orbes—. Debí haber insistido, debí haber sido menos egoísta. Estaba tan enfocada en mis problemas, mierda. Como si yo fuera la única estúpida persona en este mundo que tiene problemas y ella estaba...— no consigue concluir su idea, pues el llanto gana la lucha una vez más.

No tengo jodida idea de qué decirle para consolarla, solamente puedo estar a su lado y abrazarla, hasta que el dolor que la llena, ceda un poco.

—¿Puedo hacer algo por ti?— murmuro, quitando las lágrimas que continuan resbalando por su cara.

—No, está bien. Yo debo hallar una forma de ir al hospital— se lleva una mano a la frente—. Maldita sea, mi madre no está en casa y no tengo dinero para un taxi, y el bus tardará horas en llegar hasta allá. Y está a punto de iniciar una tormenta ahí afuera— vomita sus pensamientos a toda velocidad.

—Tranquila— ahueco su rostro entre mis manos, tratando de que me dedique su atención—. Te ayudaré, ¿si?

Sonríe débilmente, para luego refugiarse en el recoveco de mi cuello, rodeando mi torso con sus brazos.
Sé que la situación no es la mejor, pero mi corazón late lleno de alegría contra mi pecho, al tenerla así.
Luce tan frágil y asustada, que mi único deseo es protegerla de todo mal que la vida le imponga.

El Océano Entre NosotrosWhere stories live. Discover now