Trece

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Noviembre, 12. 2016

El sábado en la tarde, el hermano de mi padre y su esposa, nos invitan a cenar a su hogar.

La verdad es que ha pasado un tiempo desde la última vez que nos reunimos todos, pues la quimioterapia en un primer comienzo, pareció destruir al hombre por completo. Sin embargo, pese a lo invasivo y complejo que ha sido el tratamiento, este ha parecido surtir un efecto beneficioso.

—¡Hola, tío Christian!— saludo alegre, en cuanto asoma su rostro tras la tabla de madera que nos bloquea el paso al interior de la casa.

—¡Sobrina abeja!— sonríe enseguida y me abraza.

Una sensación de serenidad y angustia, se revuelve en mi interior.
Cuán difícil puede ser abrazar a alguien y nunca saber si será la última vez.

Nos adentramos hacia el salón, donde mi tía nos recibe muy animada y con todo preparado para la comida. Es cierto que uno no elige la familia, pero nosotros podemos elegir quererla tal y como es. Y a pesar de todas las imperfecciones que la mía pudiera tener, yo la amaba.

—¿Alguna buena nueva?— indaga mi tío, una vez que nos hemos sentado todos a la mesa.

No puedo dejar de notar, que su cabeza está más calva que la última vez que lo vi y hay un ligero temblor en sus manos que se esfuerza por esconder.

—A decir verdad, sí hay unas cuantas.— afirma papá, con cierto tono de orgullo en la voz. —Laura se irá de intercambio a España. Hará su penúltimo semestre de enfermería allá.

Varios gestos de asombro por parte del matrimonio anfitrión y su hija, se dejan ver.

—Eso es excelente. Una estupenda oportunidad. ¡Felicidades!— comenta mi tío, levantado una copa en dirección a mi hermana.

Por supuesto la copa no contiene alcohol, solo agua, pero es solo un detalle irrelevante.

La muchacha sonríe e imita el actuar del hombre.

—¡Muchas gracias!

—¿Cuándo te irás?— pregunta mi tía, al tiempo que se encarga de que nuestros platos jamás queden vacíos.

—En Enero hasta Junio.

—¡Habrá que organizar otra cena de despedida entonces!

—También podrían hacer una para mí.— añade el hermano de mi padre.

Todos intercambian miradas incómodas.

Su sentido del humor siempre se ha distinguido por ser bastante agudo, mas aún no hay nadie que se acostumbre a sus bromas sobre la muerte y su enfermedad.

—Christian, ya no digas ridiculeces.— le reprocha papá, tratando de sonar calmado.

Pese a ese sutil quiebre en la conversación, esta se restituye rápidamente, y continuamos platicando sin mayores problemas.

—Anna también tiene noticias.— prosigue mamá.

—Queremos oírlas.

—Pues, ya he decidido qué estudiaré cuando acabe la escuela.— comienzo. Hay tres pares de ojos observándome atentamente. —Elegí leyes. Quiero ser abogada.

—¡Esa es una brillante carrera y te sienta muy bien, Anna!— asevera el hombre canoso y de escaso cabello, con una sonrisa enorme en el rostro. —También es muy exigente, pero tienes habilidades de sobra para ello.

Rio feliz.

—Gracias, tío.

Dentro de todo, hay una cierta tranquilidad en mí, ya que he logrado al menos, cerrar este problema.

El Océano Entre NosotrosWhere stories live. Discover now