Once

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Octubre, 5. 2016

Camino las cuadras que me separan de la casa de Raimundo, con una radiante sonrisa en la cara. Es la primera vez que voy a verlo desde que le dije todo a mis padres, o bueno, la parte importante. Y me siento tremendamente feliz de finalmente poder decir libremente que lo iré a visitar sin miedo, ni culpa.

—¡Hola!— saludo alegre en cuanto el chico aparece detrás del portón.

Lo abrazo con fuerza, y casi me da la idea de que lo hago por primera vez también.

—Le he dicho a mis padres y están encantados.— comenta, en la medida que nos adentramos en su hogar.

Sonrío.

—¡Genial!

Claramente omito el hecho de que no sé si podría describir la actitud de mis padres como, encantados, por nuestra relación. Pero ya lo saben, y eso es lo que interesa.

—Tengo una pequeña sorpresa para ti.— anuncia cuando ya estamos en su habitación.

—Qué misterioso.

Desliza una puerta que da hacia una pequeña salita donde tiene su equipo de música, un teclado y su amado violín.

La verdad es que casi nunca entro ahí, porque es como si fuera su santuario personal.

—Adelante.— hace una seña para que ingrese.

Enarco una ceja extrañada, pero obedezco.

De inmediato, veo que en la pared del fondo, hay pequeños papelitos de colores, dispuestos en fila, que forman la oración ¿Quieres ser mi novia?

Y al dar unos cuantos pasos más, veo que abajo hay un enorme oso de felpa con un chocolate apoyado en las piernas.

Noto que se me nubla la vista, y es culpa de las lágrimas que se están acumulando en mis ojos.

Giro sobre mis talones, para prácticamente chocar con Raimundo, que se encuentra esperando silencioso detrás de mí.

—¿Qué dices?

Me arrojo sobre él, y estrujo su cuello con mis brazos.

—Digo que sí.— mascullo contra su hombro.

Lo oigo reír y apretarme contra sí mismo.

—Te amo, Anna.

Oh. Vaya.

Esa repentina confesión definitivamente me atrapa desprevenida.

¿Amar? ¿Cómo se supone que sabes cuando amas a alguien?

Mis pensamientos se atropellan entre sí, desesperados por dar una respuesta rápida.

—También yo.

Y agradezco profundamente que no pueda ver mi rostro.

Octubre, 15. 2016

Él.

—Resuelvan la guía completa en los primeros cuarenta y cinco minutos y la revisaremos luego, en los cuarenta y cinco minutos siguientes. Pueden hacerlo en parejas.— ordena la maestra de literatura.

Hay material de trabajo de un grosor suficiente como para aturdir a alguien si se lo arrojas a la cabeza.

No quiero hacer nada, la verdad.

—¿Te importa si trabajo contigo?— el rostro de Zoe aparece frente a mí, irradiando una energía que honestamente, envidio.

¿Cómo es posible que todavía tenga ánimo un miércoles a las cuatro de la tarde?

El Océano Entre NosotrosWhere stories live. Discover now