Cuarenta y cuatro

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Septiembre, 1. 2017

Llegamos a la heladería casi sin haber conseguido intercambiar más de tres o cuatro palabras en todo el recorrido. Algo bastante inusual para nosotros, pero me temo que cada uno está luchando su propia batalla interna contra los nervios.

El lugar es muy agradable, pese a estar en medio de un punto central de la ciudad, donde los claxon de autos y buses se dejan oír permanentemente y la gente camina a paso raudo sin siquiera levantar la vista del suelo.
El local se encuentra protegido y aislado de todo ese mundo rutinario y vertiginoso.
Está en un pequeño pasaje cerrado con puertas de vidrio, formando parte de una hilera de distintos sitios que venden no solo comida, sino también ropa y libros.

Está fresco, tranquilo y silencioso como un oasis en el desierto.

—¡Buenas tardes! ¿Qué les puedo ofrecer?— saluda animada la muchacha que atiende en el mostrador.

—¡Hola! Queremos dos helados dobles— Felipe me mira como para corroborar su pedido.

—Claro, sí— confirmo enseguida.

El chico entrega el dinero, mientras otro muchacho sale del fondo para preguntarnos qué sabores deseamos.
El mío lo pido de menta con chocolate, una mezcla que jamás fallará.
Felipe decide innovar más, y escoge algo menos tradicional.
Frutos del bosque con mango.

—Wow sí que son generosos en este lugar— comento, al apreciar las dos enormes bolas de helado que hay en mi vaso.

—Después de una ardua semana, te mereces todo el helado del mundo— asevera.

Nos posicionamos en una mesita justo enfrente del local, el lugar está poco concurrido, me figuro que es debido a la hora. No mucha gente sale a tomar helado a las tres de la tarde un viernes.

—¿Te sientes mejor?— inquiere, transcurridos varios minutos de silencio.

Levanto la vista desde mi comida hacia él, algo se remueve en mi interior por la manera en la que su mirada se clava en la mía.

Me aclaro la garganta, sintiéndome repentinamente torpe.

—Sí, ya ha pasado. Solo fueron un montón de malos momentos juntos— respondo.

—Ya lo creo— coincide—. Pero ya sabes, si necesitas hablar con alguien, estoy acá.

Hago un gesto positivo, sonriendo.

Maldita sea, es el hombre más magnífico que he conocido en toda mi corta vida.

—¿Qué hay de ti? ¿Cómo van tus planes universitarios?— cambio el foco de la platica, puesto que a veces me parece que él solo se centra en mí y jamás habla de él.

Es tremendamente reservado, no cabe duda. Hasta el punto que en ocasiones me da la idea de que estoy descifrando un enigma.

—Estoy trabajando en eso— ríe desganado.
Salta a la vista que no es su tema favorito para discutir.

—¿Puedo preguntar por qué Alemania?

—Pues, supongo que porque mi hermana mayor ya estudia allá. Y nosotros mismos vivimos ahí un tiempo.

Información nueva, estupendo.

—¿De verdad?

Asiente, en la medida que se lleva una cucharada de helado a la boca.

—Mis papás tuvieron la intención de que viviéramos todos allá— me explica—. Pero no funcionó. Y así fue como llegué a esta escuela.

—Wow cuántas vueltas da la vida ¿no crees?— apunto a modo de reflexión—. Si te hubieses quedado allá, jamás nos habríamos conocido.

El Océano Entre NosotrosWhere stories live. Discover now