Treinta y siete

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Agosto, 15. 2017

Ella.

Cuando suena mi alarma a las seis y treinta en punto, solo quiero llorar, arrojar mi teléfono contra la pared y seguir durmiendo.
No puedo creer que apenas llevo tres semanas de clases y ya siento que cargo un elefante en la espalda.
Cualquier descanso y renovación de energía que pudiera haber obtenido en las vacaciones, ya se ha esfumado y en su lugar solo hay agotamiento y un deseo incontrolable de que este año finalice pronto.

—¡Anna! ¡Ya está el desayuno en la mesa!— anuncia papá desde la cocina.

Entierro la cara en la almohada, más que dispuesta a sacrificar comer, por dormir.

Diez minutos más tarde, el chillido insoportable que se desprende de mi móvil regresa a la carga, ganando la batalla, una vez más.

Acabo por levantarme y meterme al baño a tientas, sin abrir los ojos hasta que ya he sumergido la cara en un chorro de agua fría que me despercude a la fuerza.

Lindo rostro, así lo único que vas a conquistar será a un mapache.

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—La historia del rock es sumamente interesante e importante. Por lo que, a esto nos dedicaremos lo que resta del año.

El profesor de música nos relata, lleno de emoción, acerca de la nueva unidad que estudiaremos a continuación.
Intento, sin gran esmero, dedicarle mi atención, pero fracaso rotundamente.
Cualquier clase que viene justo después de comer, se vuelve imposible porque lo único que mi cuerpo pide a gritos, son cinco minutos de siesta.

—Vamos, finge que lo escuchas, al menos— murmura Felipe.

Me cubro la boca para bostezar sin enseñarle mis amigdalas.

—Sshht... luego me cuentas qué ha dicho— respondo, reclinándome en la silla, para ocultarme totalmente del campo visual del hombre adelante.

—Qué estudiante más irresponsable, durmiéndose en clases— ironiza.

Lo empujo con mi brazo.

—Hay que ver quien lo dice. Por poco y tuvimos que ponerte un balde junto a la silla en literatura, te corría la saliva.

Menea la cabeza, riendo.

—Qué exagerada— se cruza de brazos—. Solo eran las exposiciones de nuestros compañeros.

—Y la mía también, gracias por ver tu teléfono mientras hablaba— le reprocho.

—Ya lo había visto en vivo, ¿lo olvidas? Fui el centro de tus fotografías— afirma, con aires de superioridad.

Río.

—Cómo olvidarlo.

Gira el cuello hacia mí, viéndome divertido, pero también de otra forma muy particular en la que siento ha estado mirándome últimamente. Como si me viera con cariño, como si el brillo en sus ojos castaño anhelaran desesperadamente confesar algo acallado por largo tiempo.

—Veremos este video introductorio— nos dice el maestro, al tiempo que apaga las luces del aula y baja las cortinas, para proyectar el video en la pizarra del frente.

Ay no, ahora sí es momento de la siesta.

—Bien, pon atención para que luego me hagas un resumen— reposo mi cabeza en el hombro del chico a mi lado. Es un gesto que normalmente evitaría para no invadir su espacio y porque no estoy tan segura de que vaya a aceptarlo sin más.
Sin embargo, quiero intentar hacerle saber que ya no tengo novio y tal vez, descubrir si acaso también siente algo por mí.

El Océano Entre NosotrosWhere stories live. Discover now