Treinta y ocho

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Agosto, 16. 2017

—Creo que no nos conocemos, soy Magdalena, la novia de Raimundo— estira su mano hacia mí, aguardando a que la estreche.

Me toma un par de segundos salir del trance en el que he quedado tras escucharla decir eso.

Sacudo la cabeza, tomando su mano.

—M-Mucho gusto, soy... Daniela— invento un nombre a toda velocidad.

—¡Es un placer!— sonríe alegre.

La chica es guapa, no puede negarse. Es alta y delgada, de cabello castaño claro, casi rubio y unos enormes y bellos ojos verdes.

—No tenía idea de que mi querido primo ya tenía novia— comento, esforzándome por sonar calmada y casual.

Necesito averiguar qué es todo esto. ¿Desde cuándo es su novia?
¿Por qué creo que su nombre ya lo había oído antes?

—Lo hemos hecho oficial hace solo una semana. Estuvimos saliendo, por un tiempo. Sin ataduras.

Trago saliva con dificultad.

—¿Un tiempo?— inquiero.

Asiente.

—Sí, desde la mitad de Junio, más o menos. Nos volvimos a encontrar, en realidad. Ya habíamos estado juntos antes— explica con demasiada inocencia.

Salta a la vista que le agrada platicar y es excesivamente sencillo sacarle información.

¡Magdalena! ¡Eso es! Ella era la muchacha con la que Raimundo estaba, antes de que fuéramos novios.
Y desde Junio habían vuelto a verse.
En Junio aún estaba conmigo... ¿me ha puesto los cuernos?

—¿De verdad?— finjo estar interesada en su historia de amor, pero está claro, que no es lo que realmente me importa—.¿Cómo fue eso?

Se acomoda el cabello hacia un lado. La pobre de verdad no sospecha nada.

—Pues, un día él volvió a escribirme, dijo que quería verme porque me extrañaba— relata—. Nos reunimos en varias ocasiones y luego, nos topamos en el sur. Esas tres semanas nos juntaron de nuevo, fue increíble.

Cada palabra que sale por su boca, me comprime más el pecho. Me está tomando trabajo respirar, y pese a que ella sigue parloteando, ya no escucho nada de lo que dice.

Mierda.

Me siento como una completa estúpida, de pie en el corredor de este hospital, compadeciéndome del idiota que estuvo engañándome por dos meses. Del mismo que fue a llorar a la puerta de mi casa para suplicar que siguiéramos adelante con nuestra relación.

—Es... genial— fuerzo la sonrisa más cínica de mi vida—. Me alegro mucho por ustedes.

—¡Gracias!— se muerde las uñas, súbitamente nerviosa—¿Puedo preguntarte algo de mujer a mujer?

Enarco una ceja asustada. Ya no sé qué más puede decirme para empeorar todo.

—Seguro, dime.

—¿Alguna vez has temido estar embarazada?

Mis ojos por poco se salen de sus cuencas cuando proceso lo que ha soltado.

—¿Qué?— es todo lo que consigo formular.

—No le digas nada, por favor. No es nada seguro, solo son sospechas— susurra.

En su mirada se lee el terror de que lo que piensa, sea efectivamente así. ¿Y cómo no?
Debe tener apenas unos veinte años, imagino que claramente ha de ser mayor que yo, porque asumo que se conocieron en la universidad.

El Océano Entre NosotrosWhere stories live. Discover now