Cuarenta y siete

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Septiembre, 15. 2017

Ella.

-Listo, cuenta las respuestas correctas y calculamos tu puntaje final.

Asiento despacio. Sé perfectamente que obtendré un puntaje de mierda porque con un poco de suerte conseguí sumar dos más dos sin equivocarme.

-Treinta y cinco buenas- respondo, tras repasar todos los tickets que yo misma he dibujado. No han sido muchos.

La mujer sentada frente a mí, se acomoda las gafas y observa detenidamente la hoja que tiene adelante.

-Eso son, 540 puntos de un máximo de 850- alza la mirada hacia mí, y puedo reconocer en ella claramente la decepción.

Para la cantidad de tiempo que llevo repasando matemáticas cada fin de semana con ella, debería a estas alturas, ser capaz de tener al menos la mitad de las respuestas correctas. Algo que no estoy logrando.

Se me aprieta la garganta, carraspeo para intentar ahuyentar las enormes ganas de llorar que me oprimen el pecho.

-Nuestro objetivo es que puedas sacar 600 puntos, para que no afecte el resultado final- continúa frente a mi silencio-. Sería una tragedia que saques excelentes puntajes en tus exámenes de lengua e historia, pero se arruinaran por este.

Hago un gesto afirmativo. Sé que si abro la boca, se me quebrará la voz. Por lo que escojo la afonía como una salida segura.

-No te rindas, Anna. Eres muy capaz de vencer este pequeño obstáculo- se pone de pie y me palmea el hombro infundiéndome ánimos.

¿Lo soy?

● ● ● ● ● ●

Luego de comer, me escabullo hacia mi habitación para evitar que salga a colación el tema de los exámenes de admisión universitaria.
El trago amargo de la mañana, me ha dejado de mal humor y excesivamente sensible.
Lo último en lo que deseo seguir pensando, es en esas estúpidas pruebas y lo mucho que me tortura todas las noches imaginar que fracasaré y romperé todas las expectativas que hay sobre mí.
Tal vez sería mejor si nadie esperara nada de mí, así daría igual si fallo, porque de todos modos, ya todos creían que no podría hacerlo.

Me derrumbo sobre mi cama, dispuesta a buscar una serie en Netflix que me distraiga por un par de horas. Aunque mis planes se destruyen cuando me encuentro a papá, viéndome desde el marco de la puerta.

Nada bueno saldrá de acá.

-Tu profesora ha hablado con nosotros. Está algo preocupada- comenta, avanzando hacia el interior de mi cuarto.

Inspiro aire con fuerza, tratando de mantener la calma.

-Estoy haciendo lo mejor que puedo- murmuro.

-¿Lo estás?- me cuestiona.

Admito que no esperaba en absoluto esa respuesta.

Frunzo el ceño.

-Por supuesto que sí.

-No me parece que lo hagas en serio. Le tienes rabia a los números y te bloqueas antes de comenzar- asegura-. Así no vas a conseguir nada. Tienes que dejar ese odio ridículo por las matemáticas.

Oigo mi propio pulso palpitar en mis oídos, como un zumbido permanente.

-Es frustración, papá. Es eso que te da cuando sin importar cuántas veces intentas algo, sigues sin lograr el resultado deseado- contesto.

Sé que no está diciendo mentiras. Pero realmente no necesito en este momento que vengan a decirme que no me estoy esforzando lo suficiente o que no lo hago de verdad. Porque joder, llevo el año entero viviendo única y exclusivamente para estos exámenes.
He dejado todo de lado, incluyéndome a mí misma, para no desilusionar a nadie, para poder conseguir la meta que me he propuesto, y sin embargo, aquí está mi padre insinuando que no estoy aplicándome en serio.

El Océano Entre NosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora