Dieciocho

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Marzo, 21. 2017

Ella.

Me hago con la camiseta blanca que tiene estampada la insignia de la escuela, una falda y calcetas azul marino, antes de meterme al baño. Sé que debo apresurarme para no llegar tarde, pero realmente no tengo energías.

Me he aislado del exterior por completo desde el viernes, solo a Montse le he contado lo que sucedió y ni siquiera a ella me he animado a hablarle. Raimundo tampoco volvió a intentar contactarse conmigo desde nuestra discusión y la verdad, es que no puedo sentirme mal por ello porque sinceramente no quiero platicar. No quiero contestar preguntas cuyas respuestas me parecen demasiado lejanas ni tampoco oír consuelo sin importar cuan bienintencionado sea, simplemente desearía poder dejar de existir por un momento. Si tan solo hubiese una forma de apagarnos para ya no pensar, para no sentir.

He conseguido saltar clases el lunes, porque mi madre notó lo exhausta que estaba, he llorado tanto, que me parece me tomará meses recuperar toda el agua que expulsé por los ojos. Sin embargo, ya no puedo seguir esquivando mis responsabilidades estudiantiles y de cierta manera, también sé que estar en la escuela me ayudará a mantener mi mente ocupada.

—¡Anna, date prisa, se nos hace tarde!— oigo a papá del otro lado de la puerta.

Muy bien, aquí voy.

Él.

Cuando la campana que le pone fin a la clase de literatura suena, doy gracias al cielo. Ya estaba por dormirme encima de la mesa.

Estiro los brazos para desperezarme, acto seguido me levanto para ir a por mis cosas para la siguiente hora.

En cuanto alcanzo mi casillero, noto que Anna se encuentra allí también, ha vuelto, pero no luce bien en absoluto.

—Hola, desaparecida.— saludo.

Se gira para verme de frente, salta a la vista la palidez acentuada de su rostro, haciendo que las oscuras ojeras que hay bajo sus ojos destaquen demasiado.

—Hola.— responde despacio.

—¿Qué te sucedió?

Titubea unos segundos antes de contestar.

—Yo...— desvía la vista hacia los cuadernos que aún sostiene.
—Mi tio falleció, estuve en el funeral.

La noticia me atrapa completamente desprevenido, y me parece que mi expresión facial no logra esconderlo.

Maldición. Eso es mucho más de lo que esperaba escuchar. Sé que debo decir algo para alentarla, pero no puedo pensar en nada que no suene estúpido.

—Wow Anna, lo lamento.— es todo lo que consigo soltar.

Sonríe débilmente.

—Está bien, es mejor así.

—Mucho ánimo.— poso mi mano sobre su hombro para darle un poco más de calidez a mis palabras, aunque no soy la mejor opción para confortar a las personas.

—Te lo agradezco.

Termina de meter sus cosas en el espacio que le corresponde y se retira a su puesto en la sala.

Me siento bastante mal por ella, no la conozco hace mucho, pero no hace falta ser un genio para percatarse de que no se encuentra en un buen lugar.

Me impresiono a mi mismo el darme cuenta de lo mucho que detesto verla así. Desearía poder hacer algo, pero no tengo idea de qué.

Ella.

A la hora de almuerzo, ansío desesperadamente que el día ya se acabe. Nunca había pasado tanto tiempo en una sala de clases, sin hacer absolutamente nada de lo que se suponía debía estar haciendo.

El Océano Entre NosotrosWhere stories live. Discover now