Cincuenta

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Septiembre, 22. 2017

—¡Adiós, mamá!— exclamo desde la puerta de mi hogar, ya voy de salida a la escuela.

—Espera a tu hermana, Felipe— me responde desde lejos.

Boto aire apesadumbrado, tuve la esperanza de que podría usar el camino para despejarme y apaciguar mi mente.

—Puedo ir sola, vete— me espeta Javiera de pésima forma.

—No me gusta que camines sola, date prisa y ve con tu hermano— decreta nuestra madre, sin concedernos ni un segundo para protestar.

Me encojo de hombros resignado y me dispongo abandonar la comodidad de mi casa por otro día más de escuela. Al menos estar ahí me distraerá y podré pasar tiempo con Anna.

Mantengo la reja abierta, aguardando que la chica se digne a salir de una vez. Finalmente pasa por mi lado resuelta a avanzar a paso raudo para alejarse de mí lo más pronto posible.

Ruedo los ojos, mas ignoro su actitud. Es demasiado temprano para seguir discutiendo.

—¿Me vas a explicar por qué estás tan molesta?— rompo el silencio cuando ya me ha superado la densidad del aire.

—Porque eres un idiota— escupe.

—Wow, eso aclara muchas cosas.

Frena su caminata de furia para encararme.

—No sé por qué te entrometes en asuntos que no te incumben y para empeorarlo todo, juegas a la víctima, haciéndome sentir culpable.

—Perdona, puede que lo haya imaginado, pero ¿no vivimos en la misma casa? ¿No he pasado los últimos cinco años de mi vida oyéndote a ti y Gabriela gritarse e insultarse mutuamente?— inquiero molesto.

Frunce el ceño ofendida.

—¡¿Y eso a ti qué te interesa?!— se altera.

—Trata de vivir así a toda hora, todos los días. Y dime si no desearías un poco de paz por cinco minutos.

La observo abrir la boca para contestarme, mas la vuelve a cerrar enseguida.

Suelta un grito de ira y retoma su camino, al igual que yo, un poco más atrás.

Ella.

—Cómo odio los días lunes— me quejo, en la medida que desciendo las escaleras con Zoe.

—Creo que esa es un queja universal— afirma, riendo—. Yo estoy exhausta, siento que este semestre ha durado un siglo.

Carcajeo, asintiendo.

—Sé perfectamente cómo te sientes.

Avanzamos en dirección al gimnasio a paso cansino, todavía pienso que poner deporte a primera hora, el primer día de la semana, es un completo acto de tortura.

—Allá vienen Javiera y Felipe, tan puntuales como siempre— ironiza mi amiga, señalándolos con la cabeza.

Rio despacio, aunque algo dentro de mi pecho ya ha comenzado a saltar de felicidad solamente de observar al chico desde lejos.
Dios, los fines de semanas me parecen eternos cuando no lo veo, siento que me he vuelto una de esas chicas locas que no pueden soportar estar lejos de sus novios.

—¡Hey! Supusimos que no querrían perderse esta clase por nada en el mundo— bromeo, cuando ambos nos alcanzan.

—Como sea— masculla el muchacho, pasando por mi lado veloz y sin mirarme siquiera un segundo.
Su hermana lo imita, mas sin despegar los labios en absoluto.

El Océano Entre NosotrosWhere stories live. Discover now