Diecisiete

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Marzo, 19. 2017

Ella.

Tío Christian, te nos fuiste demasiado pronto. El Señor te llamó a Su lado mucho antes de lo que hubiésemos imaginado y deseado. Nos causa una profunda tristeza, tener que dedicarte estas últimas palabras, pero no quiero que te vayas sin antes decirte lo mucho que disfrutamos a tu lado, porque has sido un gran ejemplo de vida.
Me parece increíble pensar que ya no estás con nosotros, tu ausencia será eterna a partir de hoy.
Sin embargo, siento que ahora iluminarás nuestros caminos tal y como lo hiciste en vida. Eres luz en la infinidad del universo y estoy segura de que sabrás llegar a nosotros con el ingenio tan propio de tu persona.
Las lecciones que nos dejas, son tan valiosas y el cariño que siempre te preocupaste por brindarnos. Como esposo, padre, hermano y amigo, entregaste todo cuanto podías y más.
Este es tu legado, nos demostraste que es posible luchar contra la adversidad que la vida nos impone, con una sonrisa en el rostro y la esperanza de que todo mejorará. Que la fortaleza la obtenemos de quiénes nos aman y la felicidad podemos encontrarla en la simpleza de las cosas.
Querido tío, te recordaremos con gran cariño en nuestros corazones y al pensar en ti sonreiremos como tu siempre supiste hacerlo.
He comprendido al fin, que la vida no se mide por la cantidad de años que vivimos, sino por las huellas que marcamos, las almas que llenamos y los momentos que quedarán grabados en nosotros para siempre.
Descansa ahora, con todo el amor de este mundo, se despide, tu sobrina.

Atrapo una lágrima justo antes de que llegue al papel y corra la tinta. Doblo ambas hojas en cuatro y las guardo cuidadosamente dentro de la bolsa que llevaré a la Iglesia.

Me meto al baño para darme una ducha rápida, y al observar el reflejo que me regresa el espejo, el panorama es devastador. Medias lunas negras destacan bajo mis ojos hinchados y rojos de tanto llorar.
Echo a correr el grifo del agua con la diminuta esperanza que eso ayudará a mejorar un poco mi aspecto.
Al salir, me visto de manera parsimoniosa. El mundo parece ir en cámara lenta, oigo las voces de mis padres a lo lejos, platican en susurros, no sé si es para que yo no escuche o porque no tienen fuerzas para levantar la voz.
Salgo al corredor para apreciar mejor mi atuendo en el espejo de cuerpo entero que pende de la pared del fondo.
Blusa blanca, vaqueros blancos y tacones. Los funerales suponen luto, no obstante, mi tío odiaba la idea de que todos vistieran de negro y lloraran sobre su tumba, por lo que exigió que usáramos blanco en reemplazo. 

Casi percibo su risa burlona de imaginarse a todos deprimidos y en negro.

—¿Estás lista?

La aparición repentina de mi madre me sobresalta.

Asiento despacio.

—Claro.

Siento su mirada examinadora sobre mí. Posa un mano sobre mi cabello, acariciándolo.

—¿Hablarás al final de la ceremonia?— pregunta con dulzura.

—Sí.— aprieto los labios. —Ya lo tengo escrito para leerlo.

Una pequeña sonrisa se intenta abrir paso en su rostro, mas se esfuma rápidamente cuando algunas lágrimas comienzan a resbalar por sus mejillas.

Ver a una madre llorar, es una de las cosas más terribles, creo yo, que un hijo puede experimentar.

Me abraza con vehemencia, y hundo mi cara en su cuello sin poder contener igualmente el llanto que retorna, una vez más.

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Desciendo del coche, y enseguida me percato de la inmensa cantidad de gente que se ha congregado a las afueras de esa pequeña Iglesia en el centro de la ciudad. Sin duda alguna el hombre ha sido querido por muchos.

El Océano Entre NosotrosWhere stories live. Discover now