Doce

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Ella.

—¿Qué ocurrió, hija?— mamá presiona nuevamente para que le cuente qué me llevó a llamarla tan desesperadamente desde el baño de la escuela.

Algo dentro de mí colapsó tan profundamente, que me parece que ya no lograré detenerlo aunque lo intente.

—Tuve problemas con unas chicas.— respondo, apenas tengo fuerzas para hablar.

Me escuecen los ojos producto de las lágrimas, y mi cuerpo se siente bastante abatido, como si me hubiesen azotado varias veces contra el piso.

El coche se detiene cuando llegamos finalmente a casa. Lo que más deseo es meterme a la cama y desaparecer por todo el tiempo posible.

Me voy directo a mi habitación, enseguida aparece mi hermana con un pastelillo sobre un plato.

—Te he traído pastel de chocolate. Tu favorito.— sonríe, y lo deposita sobre mi mesita de noche.

Trato de imitar su gesto, mas no estoy segura de conseguirlo.

—Anna, lo que cualquier chica te haya dicho, la estupidez que llena sus mentes, no pueden cambiarlo, es su naturaleza. Tu olvidarás esto, y no tendrá importancia. Ellas serán estúpidas toda la vida.— me abraza con suavidad. No puedo evitar sorprenderme un poco, Laura jamás ha sido una persona especialmente cálida. —Solo recuerda que no eres lo que crean los demás, serás lo que tú pienses de ti misma.

Muevo afirmativamente la cabeza, agradeciendo sinceramente su gesto y sus palabras.  

—Gracias.— susurro.

Se retira, y me quedo de pie en medio de mi cuarto, con solo la mitad de las palabras de mi hermana en la mente, y la otra mitad una voz que murmura: no vales nada.

    
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Al despertar, giro la mitad del cuerpo para mirar por la ventana. El cielo se ha oscurecido completamente, y las primeras estrellas ya comienzan a brillar sobre él.

Me siento bastante desorientada, no tengo idea de cuánto tiempo estuve dormida.

Me incorporo con lentitud y checo la hora en mi teléfono, ocho de la noche.

Joder. Aún tengo que hacer deberes para la escuela.

La pesadez del cuerpo regresa en cuanto me pongo de pie, y de pronto siento como si tuviera un hacha clavada en medio de la cabeza. Probablemente me he deshidratado de tanto llorar.

Me encamino hacia la cocina, para toparme con mi madre lavando unos trastos.

—Anna, ya iba a despertarte para que comieras algo.— dice, apenas me ve de pie junto a ella.

—Gracias, mamá.— mi voz se oye más ronca de lo normal.

—Iré a comprar algunas cosas para la cena y ya regreso ¿si?— besa mi frente dulcemente. —¿Por qué no te das una ducha para relajarte?

Muevo la cabeza de arriba a abajo.

—Lo haré.

Acaricia mi mejilla, y luego coge las llaves del coche para desaparecer tras la puerta principal.

Advierto que mi hermana ya se ha ido al gimnasio, porque la luz de su cuarto está apagada y no la veo por ningún lado.

Abro una de las gavetas que están en altura, para sacar un vaso y proporcionarle agua a mi cuerpo. Le hace falta.

En un segundo de torpeza, se resbala de mis manos y termina por hacerse añicos contra la dura baldosa del piso.

—Maldición.— mascullo molesta.

El Océano Entre NosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora