Cuarenta y nueve

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Septiembre, 20. 2017

Ella.

La bolsa de hielo reposa sobre mi mano, aliviando bastante el dolor. Debo aprovechar que mis padres han salido y mi hermana duerme, para ponerme frío sobre mi maltratado dorso.

Fue estúpido, lo sé. Pero en ese instante, no era capaz de razonar. Solo había ira, dolor, agotamiento, todo junto generando una bruma espesa que me impedía ver con claridad lo que estaba haciendo. Supongo que a veces esperamos que al provocar dolor físico, este supere el dolor interno. Lo opaque por un momento para aliviar la carga que llevamos adentro.
Si tan solo fuera así de sencillo, si eso bastara, tal vez sanaríamos más rápido.
Pero las heridas del alma y la mente no son fáciles de curar, no importa cuánto nos lastimemos en el exterior, nada resolverá lo que sangra al interior. Sino hasta que escojamos regalarnos la oportunidad de volver a estar bien.
Hoy elijo entregármela. Elijo rescatarme de mi propio infierno, y apagar poco a poco el fuego que lleva tanto tiempo quemándome el pecho, consumiéndose todas mis esperanzas, mis sueños, todas mis fuerzas de luchar. Hoy empiezo a ahogarlo y decido reconstruirme desde las cenizas que han quedado de lo que fui tiempo atrás.

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—Luces agotada, amiga— comenta Montse.

Me paso una mano por el rostro para despabilarme.

—Sí, creo que es cansancio mental y emocional— respondo—. Pero estaré bien.

Frunce el ceño, en la medida que me escrutiña con la mirada.

—Sé que no tengo ningún derecho a decirte esto, porque yo también lo hago. Pero Anna, no puedes dejarte la vida en la escuela.

Rio despacio, porque efectivamente, si hay alguien que se deja la vida en los estudios, es Montse.

—Luego te recordaré tus propias palabras— bromeo, tomando un sorbo de la malteada de chocolate que hay en mi vaso.

—Me parece justo— sonríe—. Lo digo en serio, entiendo lo importante que son las calificaciones ahora y los exámenes de admisión, pero necesitas dedicarte tiempo a ti misma. De otro modo enfermarás y nada de tu esfuerzo habrá valido en absoluto.

Me muerdo el labio inferior inconscientemente, mientras asiento con la cabeza.

—Lo sé, de verdad. Planeo intentar poner en práctica esa idea.

—Te vendrá bien— corrobora.

Desvío la vista hacia el cielo, el sol ya está calentando de manera más intensa a estas alturas, sin embargo aún queda una brisa fresca que arrastra consigo el aroma a primavera.

Al regresar mi atención a la mesa, noto que mi amiga observa su helado con un sutil brillo de angustia en los ojos.

—¿Estás bien con eso?— inquiero preocupada.

Se aclara la garganta.

—Es un proceso demasiado lento. Siempre que creo haber salido de allí, estoy de vuelta— masculla molesta con ella misma.

—¡Hey!— poso mi mano sobre la suya para que me vea de frente—. Nunca será fácil vencer tus demonios, pero es una lucha que siempre valdrá la pena dar.

Eleva la mirada desde la mesa hacia mí.

—Gracias— musita.

—Eres la única e inigualable Montserrat Flores y si alguien puede triunfar, eres tú.

Libera una carcajada que se me contagia, y me doy cuenta de que ella me alegra la vida.

—Eres una mujer chingona— asevera con gracia.

El Océano Entre NosotrosWhere stories live. Discover now