Treinta

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Junio, 19. 2017

Ella.

—Estoy agotada. Desearía poder cerrar mis ojos y despertar en Julio.

Montserrat se deja caer sobre la cama, a mi lado.

—Me sumo— afirma.

Volteo a verla. Está bastante pálida y ojerosa, me preocupa porque hace un tiempo luce enferma y apagada, y no estoy segura de a qué podría deberse.

—¿Te encuentras bien?— indago, asesinando la afonía que hemos formado.

Gira su cuello para observarme de frente.

—Estoy algo cansada, la escuela me está bombardeando con trabajos y exámenes— contesta.

Me muerdo el labio pensativa, porque no parece ser solo eso.

—¿Estás segura? No te ves muy... saludable— apunto.

Mueve la cabeza de arriba hacia abajo.

—No es nada, he estado durmiendo poco, ha de ser por eso. Me repondré en las vacaciones, lo juro— asevera.

—Está bien, tienes que dormir, Montse. La escuela no puede robarte la vida totalmente.

—Lo sé.

Sonríe. Una sonrisa tan débil que ni siquiera alcanza a sus ojos.

Algo anda mal. Y me lo está escondiendo.

Junio, 20. 2017

Después de almorzar, sé que debo ir a casa de Raimundo, porque lo acordamos anoche. Sin embargo, no puedo hallar el ánimo para salir de la comodidad de mi hogar e ir a visitarlo.

Hace ya unas cuantas semanas he notado lo poco dispuesta que me siento a verlo, hablarle o a dedicarle cualquier tipo de atención particular.
Mi mente no es capaz de procesar muy bien de dónde ha nacido este desgano por pasar tiempo con él, pero la mayoría del día, me encuentro a mi misma anhelando tener una excusa segura para no estar con mi novio.

Me quedo recostada en el sillón de mi sala, viendo la lluvia comenzar a caer lentamente desde el cielo.

Bien, apenas se detenga, me voy.

Parece que el cielo me oye, porque no pasan más de diez minutos, para que las gotas de agua cesen de huir desde las nubes.

Tuve la esperanza de que duraría más.

        
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—Podríamos ir por algo de comer. ¿No tienes hambre?— sugiero, cuando ya hemos estado como una hora, viendo fútbol en la televisión.

—Hace frío— responde el chico, sin quitar la vista de la pantalla.

—Bien, ¿podemos al menos mirar otra cosa?

Suspira rendido, y presiona el botón rojo del mando, provocando que el aparato se vaya a negro.

—¿Contenta?— suelta sarcástico.

—No me refería a eso— replico.

Se encoge de hombros y se acomoda sobre el colchón, atrayéndome hacia sí mismo.

Descanso mi cabeza sobre su pecho, un poco a la fuerza. Una gran parte de mí, sabe que esto no es normal, que no es así como debería sentirme estando con la persona que amo.

Estar cerca de él no me genera nada, no busco sus manos para tomarlas, ni sus brazos para que me cobije, ni siquiera busco sus ojos para adivinar que está pensando. Solo me quedo ahí, estática, deseando estar en otro lugar, tal vez, con otra persona.

El Océano Entre NosotrosWhere stories live. Discover now