Nueve

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Al retornar a casa esa tarde, el silencio reina de manera inquebrantable.

Prácticamente se oyen nuestras respiraciones en el coche, y al ingresar a nuestro hogar, cada cual se pierde en su habitación, a buscar la mejor forma de lidiar con esta bomba que han depositado en nuestras manos.

Siento un dolor punzante en el pecho, mas ya no soy capaz de distinguir las razones. Mi mente se llena de recuerdos, de aquellos que te apuñalan lentamente y desaparecen sin dejar rastro.

¿Es todo? ¿Él sencillamente fallecerá?

Desperdicio el resto de la tarde de aquel fatídico domingo, tratando de distraer mi mente con los deberes de la escuela, pero fallo rotundamente.
A la hora de dormir, pese a que un infinito cansancio interno me arrastra a la cama, no consigo conciliar el sueño. Las imágenes de un espantoso futuro me acechan en cuanto cierro los ojos.

Agosto, 26. 2016

Toda la mañana del lunes, transcurre como si me hallara tras un vidrio, y el mundo se desarrollara allí afuera, lejos de mí, tan solo soy una mera espectadora.

Mis compañeros se mueven por el salón charlando y riendo entre ellos, maestros entran y salen, hay silencio, luego ruido, y al final la campana que anuncia la hora de comer.

-¡Anna!- sacudo la cabeza al oír mi nombre y volteo.

Me sorprendo al caer en cuenta que todos se han marchado ya a almorzar y soy la única que permanece sentada, con la vista perdida en la ventana.

Karla y Fernanda se hallan de pie, próximas a la puerta y me observan confundidas y preocupadas.

-¿Está todo en orden?- inquiere Karla.

Asiento despacio, al tiempo que me levanto para ir con ellas.

-Sí, estoy bien.

Bajo los cuatro pisos oyendo su plática acerca de la grandiosa fiesta del viernes pasado, todos los rumores que de ella se desprendieron, y de todo lo que me perdí por ser tan jodidamente aburrida.

Realmente no proceso lo que escucho, me limito a sonreír, o al menos intentarlo, y a fingir interés cada cierto rato.

Me parece impresionante lo adictas que ambas se han vuelto a salir de fiesta desde que regresamos a clases, a principios de Agosto. Hasta antes de eso, las tres podíamos coincidir en que preferíamos reunirnos a comer pizza viendo películas, que estar en un lugar atestado de gente ebria.

Supongo que eso también ha cambiado.

-¿Qué hiciste el fin de semana?- me pregunta Fernanda, cuando ya nos hemos acomodado con nuestros respectivos alimentos en una mesa.

Se me aprieta la garganta.

No le he contado a nadie acerca de la horrorosa noticia que me llegó, ni siquiera a Montse. La chica se atrasó al regresar tarde de México y ha pasado semanas colapsada con deberes de la escuela. A Raimundo tampoco me he animado a decirle, simplemente porque no.

Una cierta desesperación o necesidad, no puedo estar segura cuál es más fuerte, me impulsa a relatarles lo que verdaderamente hice el fin de semana.

-Estuve en el hospital.- respondo. -Mi tío tiene cáncer.

Algo sobre decirlo en voz alta, desata el caos en mi interior. Y es que escucharme afirmar semejante realidad, la vuelve ineludible.

Sus rostros expresan compasión. Karla se desliza hacia la izquierda para abrazarme.

-Pero hay tratamiento ¿no?- sugiere Fernanda, en un inocente intento por consolarme.

El Océano Entre NosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora