Dieciséis

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Marzo, 10. 2017

Él.

Último año. El futuro se cierne sobre nosotros en toda su grandeza y aterradora verdad.

Es el año para tomar decisiones, para elegir, para comenzar a construir un camino hacia lo que queremos ser. Una tarea que se vuelve más compleja a cada minuto, particularmente si como yo, no tienes la respuesta a una de las miles de preguntas más recurrentes.

¿Ya sabes qué vas a estudiar?

—Hey, ¿cuándo podré cobrarte el sándwich que me debes?— pregunto, acompañando a la chica que se dispone a abandonar el salón al final del día.

Me observa divertida.

—Te refieres a cuándo podré cobrarte yo el sándwich que me debes.— corrige burlona.

Sacudo la cabeza riendo.

— Creo que captaste mal la idea de la apuesta, estimada.— señalo. —Yo gané, así que la que me debe el sándwich eres tu.

Arruga la nariz al tiempo que niega.

— Claro que no.— se detiene a medio camino cruzada de brazos, pretendiendo un aire de seriedad. —Yo gané, tu me lo pagarás.

—Está bien, tengo una mejor idea. Que sea un empate.

Sonríe de lado.

—Hecho. Tu pagas el mio y yo pago el tuyo.

—Exacto.— extiendo mi mano hacia ella. —Es un placer hacer negocios contigo.

La toma haciendo un gesto afirmativo.

—Absolutamente.

Alcanzamos la salida a paso lento, pues ninguno parece tener apuro especial en marcharse.

—Voy hacia el otro lado, así que me despido.— anuncio, indicando con el dedo la dirección que tomaré.

—Muy bien.

Se genera un silencio ligeramente incómodo, pues sospecho que ninguno de los dos sabe bien en qué consiste despedirse.

¿Estamos en el nivel de confianza en que besas la mejilla? ¿O con solo un movimiento de la mano basta?

—Hasta mañana.— se acerca a besar mi mejilla rápidamente y luego se aleja para continuar su recorrido en sentido contrario.

Bueno, eso pudo haber salido peor.

Marzo, 15. 2017

Ella.

Los días pasan con lentitud. Las horas en la escuela parecen eternas, mi mente es incapaz de enfocarse de forma persistente en lo que sucede allí, pues siempre acabo divagando hacia otros rincones para terminar en mi tío y cuánto tiempo más estará aquí, agonizando en la manera que ya lo hace.
Cada vez que mi teléfono suena, me aterra atender y caer en cuenta de que todo temor se ha vuelto real, que la espada finalmente cae sobre el corazón afligido que aguarda a ser clavado.

—¿Ya lo saludaste?

La voz de una chica me regresa al presente.

—¿Qué? ¿A quién?

Zoe toma asiento junto a mi.

— A Felipe, hoy está de cumpleaños.

—Oh, ¿de verdad?— me sorprendo, y me siento un poco estúpida ya que pasé por su lado dos o tres veces en la mañana sin tener idea de ello. No estoy segura de qué tan amigos somos, o si siquiera podemos llamarnos así, pero posiblemente su cumpleaños es algo que debería tener en consideración.

El Océano Entre NosotrosWhere stories live. Discover now