Capítulo 6

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Milo cierra sus ojos durante unos breves segundos en los que parece estar reuniendo toda la paciencia que le queda en su interior. Después, cuando finalmente separa sus párpados dejando a la vista sus iris verdosos, me atraviesa con la mirada. Sin apartar mis ojos de los suyos muerdo de nuevo la manzana de forma terriblemente lenta. Él se aclara la garganta y se remueve incómodo al otro lado de la isla de granito que nos separa.

— Si vas a quedarte aquí, tendrás que cumplir una serie de normas —se atreve a decir señalándome con su dedo acusador y una de mis cejas se eleva mientras mastico y saboreo el sabor aguado de la fruta —. Número 1: nada de andar desnuda por la casa.

Dejo la manzana a medio comer sobre la lisa superficie de la encimera y me cruzo de brazos. Mi blanco cabello, recogido en una elevada coleta, cae por delante de mi hombro izquierdo y sus puntas todavía algo húmedas rozan mis pálidos dedos.

— Eres un hombre aburrido, ¿lo sabías?

Ignorando mi comentario, Milo continúa enumerando sus inservibles normas.

— Dos: queda terminantemente prohibido salir por esa puerta —su dedo índice deja de apuntarme para señalar el corto pasillo que conduce a la entrada.

Así que insinúa que no puedo abandonar esta casa...

— ¿Algo más? —pregunto con una ligera sonrisa en los labios.

El hecho de que crea que voy a cumplir sus normas es demasiado inocente incluso para él. El humano permanece pensativo durante un breve momento.

— No —niega él con su cabeza —. Al menos, nada que se me ocurra en estos momentos.

— Genial. Entonces, si ya has acabado me retiro a mi habitación —comento lanzándome fuera del taburete de un salto.

Milo frunce el ceño.

— Prácticamente acabas de llegar. ¿Cómo podrías saber cuál es tu dormitorio? —pregunta ciertamente confuso.

Por un breve segundo, mi visión cambia y a pesar de que no cierro los ojos como cuando estaba en el bosque, mi mente se llena de imágenes ocultas tras barreras físicas que serían difíciles de atravesar para alguien normal. No hay nada, ningún cambio en mi apariencia, que indique estoy viendo más allá de lo que debería y, por ello, Milo no se percata de mi minucioso estudio. Después, los flashes rojizos que inundan mi mente se desvanecen y vuelvo a pensar con claridad.

Río y el misterio en el sonido de mi sonora carcajada hace que Milo estreche sus ojos en mi dirección. Le doy la espalda y me encamino hacia el pasillo donde se encuentras las escaleras que conducen al piso superior, aunque no sin antes añadir:

— Del mismo modo que sé que el estampado de tu ropa interior son unos ridículos lunares amarillos...

Tras mi espalda, no puedo ver su expresión, pero sí que escucho el sonido que emite cuando aspira profundamente por la boca debido a la inesperada sorpresa que le produce mi confesión. No me quedo para escuchar su réplica y simplemente subo las escaleras, de dos en dos, mientras sonrío. Es tan fácil molestarlo y, además, debo reconocer que resulta divertido.

Me detengo frente a la segunda puerta a la derecha, que parece ser la habitación de invitados, y me dispongo a girar el pomo cuando una perversa idea atraviesa mi mente. Retrocedo, me despojo de la camisa, la única prenda que cubre mi desnudez y la dejo caer sobre los últimos escalones. Admiro mi obra y, después, camino lentamente hasta el dormitorio.

La habitación es sencilla. En frente de mí se encuentra una cama con un cabecero decorado con listones de madera similares a los que recubren el suelo y cubierta por una gruesa colcha de rayas horizontales y de distintas tonalidades de gris. A su lado una pequeña mesilla de dos cajones y manillas doradas sobre la que descansa una lámpara de madera blanquecina con pantalla marrón de poliéster. A mi derecha hay una ventana oculta parcialmente por unas cortinas de color claro decoradas en su parte superior por rombos huecos y algo más oscuros. Junto a la pared de la izquierda se sitúa, por último, una cómoda cuyas manillas doradas son idénticas a las de la mesilla.

Los Ojos del Hielo © #4Where stories live. Discover now