Capítulo 8

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A pesar de mi pálida piel y mi cabello blanquecino, las sombras me envuelven por completo consumiendo mi presencia. Desde mi posición, oculta en el estrecho pasillo, mi visión atraviesa la negritud para estudiar a la mujer que acaba de entrar en la taberna.

Amara Tayen, una humana con una alta posición entre los lobos. En mi caso, jamás sería capaz de seguir a ciegas las ordenes de una criatura tan débil y, sin embargo, ellos lo hacen sin dudar. Cuando sus ojos oscuros caen sobre el hombre inconsciente que yace junto a la barra y pregunta qué es lo que ha pasado, mi cuerpo se tensa.

Dana, la camarera, parpadea varias veces mientras su corazón palpita rápidamente en el interior de su pecho. El constante tamborileo alcanza mis oídos sin problemas y aprieto los dientes con fuerza.

Parece que, después de todo, tendré que matarla.

Una lástima...

Sin embargo, mis pensamientos homicidas se disipan cuando la escucho decir:

— Ya lo conoces, Amara. Ha continuado bebiendo hasta que su cuerpo no ha aguantado más... — dice ella separándose de los aparadores donde se apilan las botellas y aproximándose a la barra para poder hablar más cómodamente con Amara, quien desabrocha su gruesa chaqueta de pana marrón bajo la que no parece llevar nada más que una fina camiseta de tirantes.

No se me escapa la forma en la que la pierna derecha de Dana tiembla debido a la mentira que tan fácilmente a salido a través de sus labios y como sus ojos se desvían durante un fugaz segundo hacia el lugar en el que me oculto.

La mujer frente a ella, sin darse cuenta de su nerviosismo, suspira y niega con la cabeza a modo de desaprobación.

— ¿Quieres que te ayude a moverlo? —pregunta entonces y los ojos de Dana se amplían en señal de alarma.

— No... ¡no! —exclama ella empleando un tono demasiado agudo. Amara eleva una de sus cejas ante su exagerada reacción y Dana se aclara la garganta, dándose cuenta de su metedura de pata, para posteriormente emitir una risa con tintes de falsedad —. Ya he llamado a alguien para que me ayude.

— ¿A quién? —la cuestiona la otra mujer cruzándose de brazos mientras descansa el peso de su cuerpo sobre su pierna izquierda, como si le molestase estar parada en la misma posición durante mucho tiempo —. ¿Milo? Creía que hoy era su día libre.

— Ah, cierto... hoy es su día libre —murmura Dana por lo bajo al haberse darse cuenta de que su mentira se desmorona, pero entonces una bombilla se encilla se enciende en su cabeza —. ¡Óscar! Sí... amm... he llamado a Óscar. Me ha dicho que llegaría pronto.

La sorpresa inunda el rostro de la mujer al otro lado de la barra. Sus brazos, que mantenía cruzados frente a su pecho, caen a ambos lados de su cuerpo y da un paso al frente con los ojos, bien abiertos, clavados en Dana.

— ¿¡Óscar!? — exclama Amara con aparente incredulidad tiñendo su voz —. ¿El primo de Letha? — pregunta ella y Dana asiente al mismo tiempo que traga saliva. Sin embargo, Amara todavía no parece convencida —. ¿El mismo Óscar con el que te acostaste hace dos años y juraste que nunca jamás volvería a pasar? ¿Ese Óscar?

Las comisuras de mis labios se elevan en la oscuridad hasta crear una enorme sonrisa. Apoyo mi hombro contra la pared y continúo escuchando su conversación que, sin duda, ha dado un giro muy... interesante.

— Eh... — el cuerpo de Dana permanece congelado durante unos largos segundos bajo la intensa mirada de Amara —. Sí, ese mismo —acaba reconociendo a regañadientes y sus mejillas se tornan ligeramente rojizas como cuando antes mis dedos han atrapado el rebelde mechón de su cabello rubio que no dejaba de deslizarse fuera de la curvatura de su oreja.

Los Ojos del Hielo © #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora