Epílogo

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NHOR

Hoy es un día soleado.

Los cálidos rayos del sol atraviesan las copas de los árboles, desprovistas de hojas, y penetran en la piel desnuda de mis brazos. Visto una camiseta de manga corta de color negro, sencilla, sin dibujos y unos pantalones de cuero ajustados. Mis pesadas botas de estilo militar resuenan en la quietud del bosque mientras camino, pues ya no necesito mantener mi presencia oculta. Extiendo mi mano derecha y acaricio las briznas de hierba que rodean la base de los árboles. Sus puntas se sienten tibias contra las yemas de mis dedos. Mi cabello está suelto y ondea con la brisa como si los mechones blanquecinos fuesen olas cubiertas de abundante espuma.

Entonces, comienzo a tararear, pero no esa canción siniestra y oscura que solía rondar mi mente a cada minuto, a cada segundo del día... No. El sonido de una de las melodías que Milo toca con el piano abandona mis labios. Me gusta esa canción. Zero se ha ido y no sabemos si volveremos a toparnos con él en el futuro, pero por el momento no quiero pensar en ello porque por primera vez en mi vida me siento verdaderamente libre. Matías, el hombre que me creó en una probeta de laboratorio, que trató de convertirme en un arma precisa y letal, pero que acabó encerrándome en una pequeña celda de cristal, está muerto. Por fin.

De repente, una mariposa se posa sobre el dorso de mi mano y me detengo. Siento como si esto ya lo hubiese vivido antes. El pequeño insecto de vistosas alas de colores permanece en su lugar mientras elevo mi mano para poder observarlo mejor. Lentamente, giro la muñeca y la mariposa camina siguiendo el movimiento hasta quedar sobre la palma abierta de mi mano. Es tan pequeña, inocente, inofensiva... cierro los dedos y la aplasto.

¿Qué? ¿Creías que agitaría mi mano y la mariposa saldría volando sana y salva? Por favor... incluso después de todo lo que ha pasado sigo siendo Nhor.

Me deshago de sus restos y continúo caminando en una dirección concreta. Pocos minutos después alcanzo la orilla del río y dándome la espalda, en su interior se encuentra un hombre de cabello castaño oscuro. Inmediatamente, una sonrisa se extiende por mi rostro al verlo. El sonido de mis pasos llega a sus oídos y él se gira.

— Ey — me saluda Milo con una media sonrisa y se desplaza ligeramente hacia atrás mostrando su pecho desnudo y empapado.

El montón de ropa que descansa sobre el suelo a pocos pasos me indica que está completamente desnudo de cintura para abajo.

— ¿Quieres que te pase la ropa?

Milo ríe y, a continuación, niega con la cabeza.

— Tengo una idea mejor. ¿Por qué no te deshaces de la tuya y te unes a mí?

Finjo pensármelo durante unos segundos y después me quito la ropa rápidamente. Lanzó las botas lejos y me encamino hacia el río. Milo recorre mi cuerpo desnudo con su mirada desde los dedos de mis pies, pasando el tatuaje de una serpiente de líneas rojas que rodea mi muslo y ascendiendo por mi pecho hasta alcanzar mi rostro. El deseo brilla en sus ojos. Introduzco un pie en las gélidas aguas del río y, después, el otro. Cuando lo alcanzo, Milo desliza sus manos alrededor de mi cintura y se aproxima a mí.

— Ey —vuelve a saludar, pero está vez en un susurro coqueto.

Elevo mi mano y con mi dedo índice delineo la curvatura de su rostro hasta llegar a su barbilla. Entonces, me acerco y presiono mis labios sobre los suyos de forma terriblemente lenta. Inspiro absorbiendo su aroma mientras disfruto de su sabor en mi lengua. Muerdo con suavidad su labio inferior justo antes de deshacer el beso.

— Ey — respondo entonces en tono bajo rodeando su cintura con mis piernas —. Tenía ganas verte.

— Ah, ¿sí?

Los Ojos del Hielo © #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora