Capítulo 35

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No puedo escuchar sus pasos, pero soy capaz de imaginar el sonido dispar de su caminar, como uno de sus pies se apoya suavemente y sin dejar huella sobre el suelo, como a ese sonido se añade el de su bastón de madera... Matías se detiene frente a los brillantes faros del furgón negro y éstos iluminan su postura relajada. Separa sus piernas colocando el bastón centrado frente a ellas y apoya ambas manos sobre la empuñadura bañada en oro. De este modo, sus codos quedan en ángulo abierto y sus hombros erguidos. Sus ojos rasgados barren a través de los presentes hasta que finalmente caen sobre mí y me observa desde su posición elevada. Entonces, el dedo índice de su mano derecha se desliza sobre la pantalla digital del reloj en su muñeca izquierda y el volumen del infernal sonido que atraviesa mis oídos desciende ligeramente, lo suficiente como para que pueda escucharlo cuando dice:

Mírate — habla él en perfecto mandarín. Un idioma que aprendí desde que tengo uso de razón y que, entre los presentes, obviamente, solo entiendo yo —. Mira en lo que te has convertido.

Aprieto los dientes y gruño casi como si fuese uno de los lobos que se retuercen detrás de mí. Las manos de Milo me sostienen como si temiese que en cualquier momento fuese a derrumbarme sobre el suelo, pero sus ojos verdes observan al hombre que ha aparecido y cuando escucha el nombre que abandona mis labios, él contiene la respiración. A mi alrededor hay confusión entre los cazadores. Al igual que yo, Ryker lo reconoce de inmediato. Como no hacerlo cuando fue él quien jugó con su cerebro y casi le hizo perder la razón. Los demás lo observan con recelo, pero a ninguno se le escapa la clara similitud que hay entre nuestros rasgos de descendencia asiática.

Te maté — respondo también en mandarín, pero después cambio de idioma porque el dolor en mi cabeza es demasiado fuerte como para concentrarme en usar una lengua que hace años dejé de utilizar —. Deberías estar muerto.

La sonrisa tirante de Matías se agranda.

— Debiste haberte quedado para ver como moría y asegurarte de ello. Pensé que te había enseñado mejor, Nhor — contesta él con decepción y burla en sus palabras.—. ¿De verdad creías que no tenía preparado un antídoto por si algún día tú, mi propia hija, trataba de envenenarme?

— ¿Hija? — murmuran varios cazadores con sorpresa e incredulidad —. Nhor es... ¿la hija de Matías?

El murmullo se incrementa a mi espalda y me doy cuenta de que la desconfianza comienza a crecer. La mirada de Letha cae entonces sobre Milo y, después, se desplaza hacia Ryker, quien ha conseguido posicionarse sobre sus dos pies y trata de mantener su mente centrada en lugar de hundirse en el caos que el pitido quiere desencadenar.

— ¿Lo sabías? — la pregunta va dirigida a Ryker, pero en cierta forma también incluye a Milo.

Ninguno de los dos contesta y el silencio que recibe por su parte es toda la respuesta que necesita. Ambos lo sabían y habían ocultado esa información, el hecho de que yo era la hija del hombre que manejaba las instalaciones donde Nina y Ryker estuvieron recluidos contra su voluntad.

— Un antídoto... —repito como una imbécil.

Pues claro, como no lo había previsto ya.

— Piensa un poco, Nhor — habla Matías elevando ligeramente su barbilla —. Te cree a ti. Un recipiente para el veneno más letal que existe. ¿No sería de esperar que crease otro con el antídoto para contrarrestarlo?

Mis ojos se amplían y jadeo al darme cuenta de lo que insinúa.

— El niño — el niño que flotaba en el interior de una urna de cristal en el laboratorio.

— Tu hermano, sí — responde él con regocijo —. Aquel que no tuviste ningún miramiento en tratar de destruir.

De repente, el recuerdo invade mi mente. El estallido de la urna, su contenido líquido y algo viscoso desparramándose por el suelo del laboratorio y empapando mis pies, los cables siendo arrancados con brusquedad por mi mano y los gritos de horror de Nina. Casi puedo imaginar cómo después de alejarme de Matías, que se ahogaba con su propia sangre, él se arrastró hasta el contenedor de cristal para hacerse con unas gotas de la sangre del niño, el antídoto que contrarrestaría mi veneno.

Los Ojos del Hielo © #4Where stories live. Discover now