Capítulo 20

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MILO

Nhor se clava el cuchillo en el cuello y un segundo después se desploma sobre el suelo. Mi corazón bombea rápidamente en el interior de mi pecho mientras me precipito hacia ella, confuso y asustado. Sus ojos están fuertemente cerrados y su cuerpo permanece lánguido bajo mis brazos.

— Nhor, mierda — murmuro una y otra vez la última palabra, al mismo tiempo que coloco mi mano contra su cuello tratando de detener la sangre que sale a borbotones manchando el suelo —. Mierda, mierda...

A varios pasos de distancia, Ryn inspira bruscamente como si hubiese recibido un fuerte golpe y, después, jadea tratando de recuperar el aliento. Amara la abraza con fuerza al darse cuenta de que lo que fuese que le estaba pasando ya ha acabado.

— ¿Está muerta? —pregunta Letha situada junto a mí.

Niego con la cabeza.

— Ella jamás hubiese hecho algo así si fuese a morir — respondo.

Creo que conozco lo suficiente bien a Nhor como para saber que ella no daría la vida por nadie, ni siquiera por una niña a la que últimamente ha comenzado a tolerar. Sin embargo, todavía me cuesta creer lo que ha hecho. Si esto hubiese pasado hace dos meses, Ryn habría muerto y ella se hubiese quedado de brazos cruzados mirando.

Tras mis palabras siento como el flujo de sangre se detiene bajo la presión de mis dedos y al apartarlos descubro que la herida se ha cerrado por completo. He sido testigo de su rápida capacidad de regeneración en muchas otras ocasiones, por lo que, aunque me sigue pareciendo algo increíble, no me sorprendo demasiado. Entonces, deslizo mis brazos bajo su espalda y sus rodillas y la elevo contra mi pecho.

— ¿A dónde vas? — me pregunta la líder de los cazadores cuando comienzo a dirigirme a la salida.

— Me la llevo a casa — respondo en tono serio.

— Pero...

Mis pasos se detienen bruscamente y giro mi cabeza para clavar mis ojos en ella. El movimiento hace que la cabeza de Nhor se incline hasta quedar apoyada contra mi hombro. Sus labios, sin estar coloreados con ese pintalabios oscuro que suele llevar, se encuentran más pálidos que el papel y su aliento se siente gélido contra la piel de mi cuello.

— Creo que ha quedado claro que Nhor no es culpable de nada — hablo con los dientes apretados, pues repentinamente me siento furioso con ella, con los habitantes del pueblo y con... Amara. Es a esta última a quien le dirijo una mirada mordaz —. No vuelvas a acusarla sin pruebas. De no ser por ella, ahora tu hija podría estar muerta.

Amara, aquella mujer a la que amé hace muchos, muchos años, baja su mirada culpable. Reanudo el paso y me marcho.

Al llegar a casa, deposito suavemente el cuerpo inconsciente de Nhor sobre mi cama. Sin percatarme, mi mano se alza para apartar los cabellos que se han pegado a su mejilla. Verla de este modo, tan vulnerable, me causa un nudo en el estómago. Coloco una manta sobre ella y salgo de la habitación.

Todavía sigo cabreado y preocupado a partes iguales por lo que ha pasado antes, por lo que me encamino hacia el cuarto de baño, me deshago de la ropa y entro en la ducha. El agua caliente cae sobre mí mojando mi piel. Las gotas recorren mi cabello castaño hasta llegar a las puntas y se precipitan hacia mis pies. Suspiro al mismo tiempo que el vapor se eleva a mi alrededor inundado el pequeño espacio.

No sé cuánto tiempo paso debajo del agua reviviendo en mi mente una y otra vez el momento en el que Nhor se clava un cuchillo en el cuello. Cierro los ojos con fuerza y sacudo la cabeza con brusquedad tratando de deshacerme de él. De repente, siento un cambio en el ambiente. La piel de mi nuca se eriza ligeramente y el instinto me indica que no estoy solo. Muevo la cabeza hacia un lado y a través de la cortinilla transparente, pero algo opaca vislumbro una silueta femenina apoyada contra el umbral de la puerta.

Los Ojos del Hielo © #4Where stories live. Discover now