Capítulo 7

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El fuerte estruendo que produce su cráneo al chocar contra la barra, acompañado del chirrido que emiten las cuatro patas del taburete al deslizarse por el suelo, resulta ensordecedor. Al final, su cuerpo inmóvil es arrastrado por la gravedad hacia atrás y cae a mis pies.

Doy un pequeño suspiro de satisfacción y me reacomodo sobre mi propio asiento para continuar disfrutando de mi bebida. Rodeo el vaso con mis dedos y le doy un largo trago. Un hormigueo se extiende por mi lengua debido a la fresca acidez del limón.

Frente a mí, la camarera mantiene sus ojos abiertos como platos y sus manos ocultando su boca, probablemente abierta por la impresión. Después, parece descongelarse y se lanza hacia delante. Se encarama sobre la barra de la taberna y mira hacia abajo.

— ¿¡Está muerto!? —pregunta con voz de alarma lanzándome una mirada.

Justo antes de volver a beber de mi vaso, ya medio vacío, hago una pequeña parada para agudizar el oído.

Bum-bum... bum-bum...

Mi lengua se mueve como un látigo golpeando mi paladar y emitiendo un brusco sonido de molestia.

— Desafortunadamente, no —respondo.

Al escuchar mis palabras, ella deja salir el aire que retenía en sus pulmones con gran alivio y se desliza hacia atrás, bajando de la parte superior de la barra sobre la que se había encaramado como si de un balcón se tratase.

— ¿¡Estás loca!? —exclama ella comenzando a ponerse nerviosa —. ¿Por qué has hecho eso?

Abandonando el vaso, apoyo mis codos sobre la barra. Entrelazo los dedos de mis manos y creo un estable puente sobre el que descanso mi barbilla.

— Me sentía generosa y pensé que estaría bien librar al mundo de esta basura... —respondo mirándola fijamente y sin parpadear. Ella me observa con cierta inquietud sabiendo que no estoy bromeando y que cada palabra que sale por mi boca no es más que la pura verdad —... al menos, durante un par de horas. Lo que no entiendo es por qué no te has defendido a ti misma cuando, obviamente, te ha faltado al respeto.

Si ese comentario hubiese estado dirigido hacia mí habría arrancado la cabeza del borracho, literalmente.

La camarera eleva una de sus manos para recolocar tras la curvatura de su oreja, decorada con un par de finos y diminutos aros de plata, uno de los mechones de su cabello rubio que se ha soltado del moño. Después, retrocede ligeramente hasta que su cadera topa con el aparador sobre el que están colocados los vasos y las botellas y se cruza de brazos. La mujer esta vestida con un sencillo jersey de color negro y unos ajustados pantalones vaqueros. Sobre estos últimos lleva un delantal de tela granate.

— Estoy acostumbrada a sus groserías, supongo —murmura ella encogiéndose de hombros —. Al principio trataba de discutir con él, pero cuando se emborracha se vuelve intratable, así que simplemente lo ignoro. Supongo que no ha podido superar lo que le ocurrió a su hermano hace años...

Mi mirada se arrastra hacia el hombre que yace inconsciente sobre el suelo. Su rostro se encuentra aplastado contra la madera y su cuerpo encogido en una incómoda postura.

— ¿Su hermano? —pregunto, curiosa, devolviéndole la atención a la mujer humana.

Ella suspira pesadamente.

— Hace algo más de 10 años... —comienza ella —... dos osos se colaron en el bosque. Un grupo de cazadores se adentró en éste sin saberlo y, bueno, su hermano no consiguió volver con vida. Por lo que he escuchado, fue horrible.

Entonces, me doy cuenta de que ella no me está prestando atención, sino que sus ojos de color marrón están clavados en una de las cabezas disecadas que cuelgan de la pared a mi izquierda. Sigo la dirección de su mirada para acabar encontrando la feroz expresión congelada de uno de los osos de los que habla.

Los Ojos del Hielo © #4Where stories live. Discover now