Capítulo 18

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En algún lugar dónde la carretera se estrecha y se encamina hacia el pueblo, lejos del bosque donde el territorio de la manada de lobos se sitúa, pero próximo al caudaloso río que abandona sus dominios se encuentra un hombre de cabello corto y negro, oscuras gafas de sol y que viste una pesada chaqueta de cuero. Con la espalda apoyada contra la áspera corteza de uno de los muchos árboles que bordean la angosta carretera de tierra, el hombre enciende el cigarrillo que sostiene entre sus labios y, después, le da una larga calada dejando que la pesada esencia del tabaco inunde sus pulmones. A continuación, agarra el cigarrillo con dos de los dedos de su mano izquierda, pues es zurdo, y con su otra mano acerca el teléfono móvil a su oreja derecha. Entonces, aguarda pacientemente hasta que, al otro lado de la línea, una voz responde:

— ¿Diga?

El hombre aleja el cigarro de sus labios y, mientras el humo se desliza fuera de sus fosas nasales, estalla.

— Dante. ¿¡Dónde mierdas estabas!? Víctor, ese espelúznate bisonte asesino tuyo, me ha dejado un mensaje de voz en el teléfono porque lleva dos semanas intentando ponerse en contacto contigo y no ha obtenido respuesta por tu parte.

El cabreo del hombre es tan evidente que los pájaros que piaban alegremente en las elevadas ramas sobre su cabeza se callan abruptamente.

— Lo siento. He estado ocupado —responde Dante sin más y el hombre, al saber que no va a recibir más detalles por parte del jefe de uno de los negocios de intercambio de información más grandes del submundo, lanza su cigarrillo a medio terminar al suelo y lo pisa con frustración.

— Ya, seguro. ¡Oye! ¿Dónde estás? Se escucha mucho ruido

Los numerosos murmullos y constantes bocinados provenientes de vehículos se establecen alrededor de su voz como una música de fondo.

— Oh, perdona. Estoy en la ciudad — responde y, de repente, el ruido se silencia ligeramente como si hubiese colocado su mano frente al teléfono y su boca a modo de barrera —. Hay demasiado tráfico hoy, ya sabes.

— ¿En la ciudad? ¿Qué haces en la ciudad?

— Me encuentro a los pies de la Torre Kadjar — confiesa Dante sorprendiendo al hombre, pues este no esperaba que le desvelase su posición —. Ya te dije hace algún tiempo que la torre estaba a punto de desmoronarse y creo que ese día ha llegado. La gente no parece querer seguir ni un minuto más a un líder que no creyó en su propia hija cuando ésta le dijo que los halcones estaban en peligro. Con lo furiosos que están, dudo que el Sr. Kadjar pueda mantener su posición durante más tiempo.

El hombre eleva su mano para rascar su cabeza ciertamente sorprendido con las noticias. Sabía que las cosas estaban mal en la Torre Kadjar después de que Red se fuese (acompañada de su amante humano y su joven amigo), pero no imaginaba que el final de una de las especies de Cambiaformas más estables estuviese tan cerca.

— Vaya. Eso será digno de ver —responde —, pero ¿por qué estás ahí, Dante? ¿No podías enviar a otra persona? Tal vez... Gretta. Es tan inteligente que podría ocuparse fácilmente de ello.

Dante ríe.

— No. Esta situación requiere mi presencia. Además, la gente va a necesitar alguien que les guíe después de que se queden sin un líder.

— ¿¡No me digas que estás pensando en dirigirlos tú!? — sus ojos se abren enormemente tras los oscuros cristales de las gafas de sol.

—¿Un zorro tratando de controlar a un puñado de halcones de afiladas garras? Tentador, pero no — se carcajea Dante con diversión —. Ya tengo a alguien en mente.

Los Ojos del Hielo © #4Where stories live. Discover now