Capítulo 23

24.5K 3.5K 878
                                    

— Nhor, para. ¡Para, maldita sea! —insiste Milo una y otra vez caminando con paso ligero tras de mí. Finalmente, agarra mi brazo y me obliga a detenerme. Podría deshacerme de su retención con tanta facilidad y lanzarlo lejos, pero...—. ¿Qué haces? ¿¡estás loca!? No puedes irte sola.

Me giro y lo enfrento. El pecho de Milo se mueve rápidamente con cada respiración mientras trata de recuperar el aliento. Sus mejillas están algo enrojecidas por el cortante y frío viento que se ha levantado. Los largos mechones de mis cabellos ondean alrededor de mi cabeza y me veo obligada a recogerlos en una elevada coleta cuando comienzan a meterse frente a mi cara.

— Su plan es estúpido, Milo. ¿Ir cercando el bosque poco a poco con la esperanza de que Zero no tenga opciones de escapar? Por favor, hasta a un niño de cinco años se le hubiese ocurrido un plan mejor.

— Nos subestimas, Nhor. Sé que crees que somos débiles, pero...

— Lo sois — lo interrumpo y él resopla —. Milo — la forma en la que pronuncio su nombre hace que él parpadee sorprendido. Aunque me moleste admitirlo, confió en él porque ¿quién no acabaría depositando su confianza en un hombre de buen corazón y brillantes ojos de color verde oliva? Incluso mi frialdad se calienta ligeramente cuando me dedica esas agradables sonrisas suyas —. Casi muero. Hace años me enfrenté a Zero y habría muerto de no ser porque los hombres de Matías me sacaron de allí a tiempo. Si yo fui derrotada tan fácilmente, ¿qué crees que os pasará a vosotros?

El rostro de Milo adquiere una expresión apenada y su mano suelta mi brazo para acariciar mi mejilla con sus cálidos dedos. Los árboles nos rodean, pues hace unos minutos que nos hemos adentrado en el bosque. El sol comienza a descender en el horizonte y la iluminación es cada vez más escasa.

— Siento mucho lo que te pasó, Nhor. Ojalá pudiese haber hecho algo por ti.

Sus dulces palabras me hacen sentir de forma extraña. Mi corazón se estremece ligeramente mientras mi boca se seca.

— Deberías volver —digo entonces apartando la mirada y dando un paso atrás para alejarme de su toque —. Está comenzando a anochecer. Yo puedo ver en la oscuridad, pero tú no. Es peligroso.

Milo me observa fijamente mientras yo continúo evitando sus ojos.

— Sé que no voy a convencerte de volver al pueblo y tampoco tengo la fuerza suficiente como para obligarte a ello, aunque creerme que si pudiese te echaría sobre mi hombro y volveríamos sin importar lo mucho que protestases — imagino la escena que describe y no puedo evitar sonreír. Sería gracioso verle intentando algo así —. No me queda otra opción que ir contigo.

— No es seguro — le advierto.

— Tú puedes protegerme — dice él clavando sus ojos en los míos.

Cualquier otro hombre se hubiese achantado al decir tales palabras o, más probablemente, ni siquiera se hubiese atrevido a decirlas. Hombría, virilidad y todas esas gilipolleces que la sociedad ha establecido que son lo más importante y que nunca, nunca, deben sentirse inferiores a una mujer.

— Depositas demasiada confianza en mí — murmuro.

¿Qué le hace pensar que salvaré su vida si se encuentra en peligro?

Solo importo yo... ¿cierto?

Mi mente es un remolino de pensamientos y emociones que nunca antes se habían atrevido a aparecen, pero ahora dan vueltas constantemente y no sé cómo hacer que se vayan.

Milo simplemente sonríe y ambos comenzamos a andar de nuevo adentrándonos todavía más en las profundidades del bosque. Media hora, cuarenta y cinco minutos, tal vez más... no sé cuánto tiempo pasa hasta que nos detenemos. Si continuásemos avanzando llegaríamos al territorio de los lobos, pero esos perros rabiosos solo harían que estorbar.

Los Ojos del Hielo © #4Where stories live. Discover now