Capítulo 11

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Después de no recibir respuesta por mi parte, Ryn se ha marchado con una expresión de resignación en su rostro. Sin embargo, no soy tan ingenua como para pensar que se rendirá tan rápido.

Ahora, la casa está en silencio. Milo se encuentra en la planta baja mientras que yo permanezco sentada sobre los últimos escalones que conducen al piso superior. Con una de mis piernas estiradas y la otra flexionada, descansando mi brazo derecho sobre la rodilla de esta última y apoyando el lateral de mi cabeza contra las barras descendentes de la barandilla de madera, mi mirada se pierde en la distancia. Mi mente está vacía de cualquier pensamiento y es como si el tiempo se hubiese detenido por completo. Sólo respiro y escucho los latidos de mi corazón, que al igual que las suaves olas del mar rompiendo contra la costa, producen un sonido relajante.

Sin darme cuenta comienzo a tararear esa maldita melodía que se encuentra grabada a fuego en los recovecos de mi mente. Mis labios se separan ligeramente creando una pequeña ranura por la que el sonido sale con facilidad y de forma clara. La canción asciende por mi garganta y se entremezcla con el aire que expulsan mis pulmones mientras mantengo la cabeza contra la barandilla y mi largo cabello blanco se desliza por mi hombro debido a la inclinación. La oscura melodía llega a su fin, pero la reinicio una y otra vez como si fue un disco rayado.

De repente, escucho el sonido del piano y mis labios se presionan juntos acabando con el tarareo. Lentamente, separo la cabeza de la barandilla mientras reconozco la melodía que crean sus teclas. Me incorporo y, uno por uno, bajo los escalones hasta alcanzar la planta baja. Mis pies se mueven de forma automática siguiendo el sonido y cuando llego al salón me detengo.

Milo está sentado sobre la banqueta frente al piano dándome la espalda y sus manos se desplazan hábilmente sobre las teclas reproduciendo con total exactitud la canción que hace tan sólo unos minutos estaba cantando. En ese momento, él eleva su mirada y me descubre parada bajo el umbral de la puerta. Sus dedos se congelan y, después, aleja sus manos de las teclas.

— Oh... amm... —él parece dudar mientras muerde su labio inferior con cierta vergüenza —. Te he escuchado tarareándola antes y no he podido contenerme. Lo siento, si te ha molestado.

A pesar de que escucho sus palabras, sus disculpas... soy incapaz de dejar de darle vueltas a un insignificante detalle.

— No está bien — murmuro con los ojos fijos en la hilera de teclas blancas y negras del piano de madera decorado con unos antiguos candelabros de bronce —. No la estás tocando de forma correcta. Las notas son muy cálidas, el tono demasiado alegre...

Milo frunce el ceño y permanece pensativo durante algunos segundos. Faltan pocas horas para que amanezca y, sin embargo, el cielo nocturno se vislumbra completamente negro a través de las ventanas. Una lámpara de pie, situada en la zona más alejada de la habitación, emite una luz tenue que apenas ilumina la estancia y las sombras se arremolinan en las esquinas.

— ¿Tiene letra? —pregunta entonces Milo, con cierta curiosidad impregnando su prudente tono —. Tal vez si la escuchara podría tocar la melodía adecuadamente.

El humano se desliza sobre la banqueta colocándose en el extremo para dejarme un hueco. Después, aguarda con paciencia y en silencio. Sin saber por qué, me aproximo y me siento a su lado, frente al piano. Durante un breve momento, permanezco ahí sentada sin ni siquiera moverme. Milo no dice absolutamente nada y, después, comienzo a cantar.

No mires a sus ojos, si quieres vivir... — el tono de mi voz es bajo, pero vibrante. Mis labios se mueven formando las palabras que constituyen la letra de la familiar melodía —... mantente alejado, si no quieres morir — con cada estrofa, los recuerdos inundan mi mente. La oscuridad, el vacío, la sangre, el dolor —. No respires, no te muevas; solo escucha mi voz... — escucho mi propia voz y percibo la advertencia que cargan sus palabras. En lugar de ser el canto de una sirena que pretende atraer a los barcos incautos parece querer alejarlos —. No corras, no grites; ya te ha atrapado... —mi voz se vuelve baja, un suave susurro — La muerte está cerca; ya casi ha acabado.

Los Ojos del Hielo © #4Where stories live. Discover now